El
libro de Judit tiene por objeto confortar a los israelitas, dándoles a conocer
en un hecho histórico la milagrosa ayuda que Dios presta a su pueblo.
Judit,
una viuda de la tribu de Simeón, que habitaba en la ciudad de Betulia, sitiada
por el general asirio Holofernes, habiendo oído que los magistrados iban a
entregar la ciudad al enemigo, promete libertar a su pueblo. Vístese con sus
mejores galas, y acompañada de una sirvienta, sale en dirección al campo de los
asirios. Conducida a la presencia de Holofernes, logra ganar su simpatía y
engañarlo de tal manera que la invita a un festín. Llegada la noche, Judit le
corta la cabeza, vuélvese a Betulia y cuelga la cabeza de Holofernes de la
muralla de la ciudad. Los asirios al ver el cadáver ensangrentado de su general
emprenden la fuga.
La
historicidad de estos hechos ha sido atacada por muchos, entre los que se
colocaron también algunos católicos. Hay tres opiniones sobre el carácter
histórico o no-histórico de este libro. Unos lo toman en sentido estrictamente
histórico, otros le atribuyen carácter didáctico o parenético, y otros mezclan
los dos géneros literarios, es decir, consideran el libro como histórico en
sentido general, pero no en los detalles. Falta, pues, determinar el carácter
literario de este libro, "asunto que debe resolverse en conformidad con la
luminosa doctrina expresada en la Encíclica de Pío XII: "Divino Afflante
Spiritu" (Nácar-Colunga)".
Para
los defensores de la historicidad, la época de los sucesos es aquel triste
periodo, en que el rey Manasés fue llevado cautivo a Babilonia (cf. II Par. 33,
11), lo que explica que Judá estaba sin jefe (no existiendo tampoco el reino de
Israel) (cf. IV Rey. cap. 17).
También
sobre el tiempo de la composición divergen las opiniones entre los exégetas
católicos. Parece seguro que fue escrito en tiempo postexílico, o sea, después
del cautiverio de Babilonia. Por otra parte, hay que reconocer la frescura del
relato y la precisión de los datos genealógicos (1, 8), geográficos (1, 6-8; 2,
12-17; 3, 1-14; 4, 3 y 5), cronológicos (2, 1; 8, 4; 16, 28), históricos (1,
3-10), etc., que su ignorado amor -un judío de Palestina- conocía bien a fondo.
Las
versiones, como en el Libro de Tobías, son varias y distintas en los detalles,
no existiendo el original, que parece haber sido hebreo o arameo.
En
cuanto al contenido moral y espiritual de este sublime Libro, lo entenderá con
gran provecho quien lo medite atentamente. No hemos pretendido ciertamente
justificar a Dios como si Él necesitara de nuestra defensa. La justificación de
Dios está en sus propias palabras, como dice el Profeta David (cf. S. 18,
8-10).
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