El Libro de
Jeremías es el segundo libro profético de la Biblia. Forma
parte del Antiguo Testamento y del Tanaj judío y es considerado, junto con
Isaías, Ezequiel y Daniel, uno de los cuatro Profetas Mayores.
El mensaje
principal de Jeremías es simple: ya es demasiado tarde para evitar la
disciplina de Dios, así que aceptadla y alejáos de vuestros pecados. Sin
embargo, después de un periodo de castigo, Dios va a restaurar a Judá.
Jeremías con frecuencia usa acciones figurativas
para comunicar su mensaje, tales como romper un tarro de barro para mostrar
cómo Dios destruirá a Jerusalén
Jeremías,profeta de Judá
hijo de sacerdotes Helcías, nació en Anatot alrededor del
650 a. C. Prácticamente no profetizó fuera de Jerusalén y lo hizo en
el período comprendido entre 628 a. C. y 580 a. C.,
es decir, entre sus 22 y 70 años de edad. Pasó, por lo tanto, casi toda su vida
adulta profetizando en su ciudad, habiendo sido testigo de los reinados de Josías,
Joaquín y Sedecías.
Fue coetáneo de
otros profetas: Nahum,
Habacuc y Sofonías. Parece haber intentado amalgamar las
experiencias particulares de estos tres junto con la suya propia en un solo
gran texto que abarcara el período completo. Donde los otros profetas son
parciales, Jeremías es global y escribe sobre el conjunto de su tiempo y su
sociedad. Jeremias fué uno de los profetas escogidos por Dios.
Por el tiempo
en que vivió, Jeremías asistió a las tribulaciones de las últimas décadas de
existencia del reino de Judá. Cien años antes, el rey Ezequías
había sabido aprovechar y comprender las enseñanzas del profeta Isaías. Al morir el rey en 687 a. C.,
sus sucesores Manasés y Amón, doblegados por sus problemas políticos y diplomáticos,
se vieron forzados a olvidar a Isaías, aceptando tratados perjudiciales para su
pueblo y permitiendo incluso la idolatría en el interior del Templo de Jerusalén.
Los asirios
habían conquistado Egipto en 663 a. C., y los reyes hebreos
debieron cobijarse bajo las alas de esta nueva potencia que crecía en la región.
Pero para el tiempo en que nació Jeremías los egipcios eran libres de nuevo. A
la muerte de Asurbanipal, el gobernador asirio de Caldea, Nabopolassar,
se autoproclamó rey y fundó el imperio caldeo sobre una nueva Babilonia.
Aliado con medos
y escitas
atacó a los asirios y les propinó una resonante derrota, destruyendo la capital
Nínive en 612.
Los egipcios,
temerosos de esta nueva amenaza, se aliaron con sus antiguos enemigos asirios
para enfrentar a los caldeos, pero esta unión fue infructuosa. Nada podía
detener al rey de Babilonia: Asur cayó en 614 a. C., seguida por la capital dos
años después y por Harrán, última ciudad asiria que resistía, en 610.
Los asirios fueron borrados de la faz de la tierra en la victoria caldea de
Batalla de Karkemishen
605 a. C.
Babilonia era ahora la nueva dueña de Mesopotamia
y también aspiraba a serlo del Levante, región que controlaba el acceso
al Mar Mediterráneo.
Debido a esta
circunstancia, los egipcios intentarán negociar con los caldeos, y todos los
pequeños estados del Asia Anterior (como Israel y Judá) se encontrarán una vez
más en la incómoda situación de estados "tapones" entre las dos
esferas enfrentadas.
Intentando
buscar una salida a la disyuntiva, muchos judíos de Jerusalén se volverían en
favor del faraón
y organizarían un muy fuerte y disciplinado partido proegipcio. En estas
circunstancias, y caídos los asirios bajo la espada caldea, murió el rey de
Judá, y el nuevo soberano sería JYosías, un niño de apenas ocho años de edad.
Pío y
religioso, Josías gobernó durante tres décadas y reconvirtió el estado y la
religión a la más pura religión yahvista
que había sido casi olvidada. Para ello debió rodearse de colaboradores
competentes y respetados, que lo ayudaran en su cometido: Sofonías, la
profetisa Holda
y, a partir de 628 a. C., Jeremías.
Ferviente
religioso desde 631 a. C., la emancipación política y
religiosa del rey se concretó en 627 a. C.
La caída de Nínive
pareció una gracia del Señor hacia Su pueblo, pero el faraón Neko II,
intentando salvar a los asirios de la destrucción, invadió Israel y cruzó
con un gran ejército todo el territorio judío para intentar auxiliarlos.
Pero Josías no
deseaba permitirlo: se opuso a los egipcios y los enfrentó en la batalla de Meggido,
donde fue derrotado y asesinado en 609 a. C.
La muerte del
monarca descorazonó a todos aquellos que habían luchado por el retorno
victorioso de Dios
al Templo, lo que determinó más tarde que se abandonaran todos los planes de
reforma religiosa y el retorno a los dos grandes males de Judá
e Israel:
la esperanza en las salidas supersticiosas y las alianzas oscilantes de uno a
otro de los dos dominadores de la región. Más de veinte años duraron las luchas
intestinas entre judíos filoasirios y filoegipcios, y esta dicotomía
desgarraría hasta las raíces mismas del pueblo judío.
El rey
siguiente, Joaquín, inaugura cuatro años de pleitesía hebrea hacia el faraón,
pero el hijo de Nabopolassar, Nabucodonosor
II, derrota a los egipcios y obliga a Joaquín a someterse como
vasallo de Babilonia. Los del partido egipcio, disconformes con el estado de
cosas, fuerzan al rey hebreo a rebelarse, lo que determina una invasión caldea
en toda regla contra Judá e Israel, uno de cuyos episodios se relata con lujo de detalles
en el Libro de Judit.
Jerusalén cayó
definitivamente en manos de Nabucodonosor en 586 a. C.
y el rey junto con los más señalados de los judíos son deportados al país del
conquistador en lo que se conoce como Exilio en Babilonia. A partir de allí,
los reyes judíos no serán más que marionetas colocadas en el trono por el jefe
caldeo, obligados a actuar como se les dice y asesinados sin miramientos a la
menor sospecha de desobediencia.
La religión
hebrea se estaba corrompiendo desde tiempos del rey Manasés:
se adoraba al dios Baal
en las cimas de las colinas, las prostitutas sagradas recibían a sus clientes
en el Templo y los sacrificios de bebés y niños en honor a los dioses paganos
era un espantoso ritual casi diario.
Josías derribó
las estatuas de Ishtar,
reina de los cielos, y de Marduk, señor de los dioses, y reprimió severamente la nigromancia
y la magia. Se cree que Jeremías tomó parte importante en este retorno a las
fuentes yahvistas. Pero la llegada al trono de Joaquín precipitó un nuevo auge
del paganismo, como el propio profeta registra en Jer. 44:17-18, acusando como
responsables a las clases dirigentes en 5:4-31 con duros y severísimos
epítetos.
Jeremías: El tema central en torno al cual gira toda la
predicación de Ezequiel es el de la “santidad de Dios”. Tres partes:
Oráculos contra Judá y Jerusalén (cap. 1-24)
Oráculos de salvación sobre Israel y Judá (cap. 25-45)
Oráculos contra las naciones (cp. 46-52)
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