domingo, 29 de abril de 2012

¿Cómo se escribieron los evangelios?

Vicente Balaguer

La Iglesia afirma sin vacilar que los cuatro evangelios canónicos “transmiten fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó” (Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Dei Verbum, n. 19). Estos cuatro evangelios “tienen origen apostólico. Pues lo que los Apóstoles predicaron por mandato de Cristo, luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo, ellos mismos y los varones apostólicos nos lo transmitieron por escrito, como fundamento de la fe” (ibídem, n. 18). Los escritores cristianos antiguos se interesaron por explicar cómo realizaron este trabajo los evangelistas. San Ireneo, por ejemplo, dice: «Mateo publicó entre los hebreos en su propia lengua, una forma escrita de evangelio, mientras que Pedro y Pablo en Roma anunciaban el evangelio y fundaban la Iglesia. Fue después de su partida cuando Marcos, el discípulo e intérprete de Pedro, nos transmitió también por escrito lo que había sido predicado por Pedro. Lucas, compañero de Pablo, consignó también en un libro lo que había sido predicado por éste. Luego Juan, el discípulo del Señor, el mismo que había descansado sobre su pecho (Jn 13,23), publicó también el evangelio mientras residía en Efeso» (Contra las herejías, III, 1,1). Comentarios muy semejantes se encuentran en Papías de Hierápolis o Clemente de Alejandría (cfr Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, 3, 39,15; 6, 14, 5-7): los evangelios fueron escritos por los Apóstoles (Mateo y Juan) o por discípulos de los Apóstoles (Marcos y Lucas), pero siempre recogiendo la predicación del evangelio por parte de los Apóstoles.

La exégesis moderna, con un estudio muy detallista de los textos evangélicos, ha explicado de manera más pormenorizada este proceso de composición. El Señor Jesús no envió a sus discípulos a escribir sino a predicar el evangelio. Los Apóstoles y la comunidad apostólica lo hicieron así, y, para facilitar la labor evangelizadora, pusieron parte de esta enseñanza por escrito. Finalmente, en el momento en que los apóstoles y los de su generación empezaban a desaparecer, “los autores sagrados escribieron los cuatro evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o desarrollándolas atendiendo a la condición de las Iglesias” (Dei Verbum, n. 19).
Por tanto, puede concluirse que los cuatro evangelios son fieles a la predicación de los Apóstoles sobre Jesús y que la predicación de los Apóstoles sobre Jesús es fiel a lo que hizo y dijo Jesús. Este es el camino por el que podemos decir que los evangelios son fieles a Jesús. De hecho, los nombres que los antiguos escritos cristianos dan a estos textos —“Recuerdos de los Apóstoles”, “Comentarios, Palabras sobre (de) el Señor” (cfr San Justino, Apología, 1,66; Diálogo con Trifón, 100)— orientan hacia este significado. Con los escritos evangélicos accedemos a lo que los apóstoles predicaban sobre Jesucristo.

Bibliografía: G. Segalla, Panoramas del Nuevo Testamento, Verbo Divino, Estella 2004; P. Grelot, Los evangelios, Verbo Divino, Estella 1984; R. Brown, Introducción al Nuevo Testamento, Trotta, Madrid 2002; V. Balaguer (ed), Comprender los evangelios, Eunsa, Pamplona 2005; M. Hengel, The four Gospels and the one Gospel of Jesus Christ : an investigation of the collection and origin of the Canonical Gospels, Trinity Press International, Harrisburg 2000.
 
Tomado de:
http://www.opusdei.es/art.php?p=15308

sábado, 21 de abril de 2012

Resucitar a una nueva vida



Hedwig Lewis S.J.
En ninguna parte de la Escritura se nos dice cómo fue la resurrección de Jesús. No hubo testigos del acontecimiento; sigue siendo un misterio. Pero la experiencia que los discípulos tuvieron del Señor resucitado, durante «cuarenta días» después de su muerte y entierro, fue tan convincente que supuso la fundación de la cristiandad.

Para los discípulos, la experiencia de Pascua comenzó con una tumba vacía. Las mujeres, que fueron las primeras en llegar al sepulcro el domingo por la mañana, se alarmaron al encontrar la tumba vacía. Pedro volvió a casa perplejo. María Magdalena no sabía qué hacer, fuera de la tumba, creyendo que alguien había robado el cuerpo. A pesar de las afirmaciones de los ángeles, no se hallaban consolados no convencidos. ¡Parecía que su fe estaba muerta!

Solamente resurgió su fe después de haber visto, personalmente, al Señor Resucitado. Sus temores se tornaron en alegría, sus dudas en fe, sus desalientos en esperanza. La confusión y el miedo que siguieron a la crucifixión dieron paso a la convicción de que Jesús era, realmente, el Mesías. Todo lo que antes les había enseñado Jesús comenzaba ahora a tener sentido.

Jesús, ciertamente, estaba otra vez vivo. Pero su apariencia era distinta. Aun aquellos que habían vivido junto a Él tropezaron, al principio, con dificultades para reconocerlo. Pero había señales inequívocas que indicaban claramente que el que veían «era el Señor». Además, su fe ¡había revivido!

Resulta muy significativo que el Señor Resucitado se apareciera solamente a los que habían creído en Él, y no a los escribas y fariseos ni a las multitudes. No pretendía demostrar nada ante el público. Sólo quería reconstruir su comunidad de discípulos y hacer que el amor de éstos por Él fuera lo suficientemente poderoso como para tomar el mundo por asalto. Esto lo realizaría por medio de su Espíritu.

La resurrección de Jesús no es sólo un acontecimiento del pasado. Es una realidad del presente… y del futuro. El Señor Resucitado está hoy, en todas partes, vivo en su Espíritu. Enseña, cura e inspira. Y ejerce una poderosa influencia sobre los corazones de todo el pueblo.

Pidamos a Cristo dedicarnos con una entrega más profunda y con un mayor deseo de servirle, para continuar su obra de edificar el Reino de Dios sobre la tierra.


Tomado del libro de EVC “En casa con Dios”

lunes, 9 de abril de 2012

Homilía del Domingo de Resurrección (B) 08 de Abril del 2012

¡Hemos resucitado con Cristo!

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.

Hch 10,34.37-43; S.117; Col 3,1-4; Jn 20,1-9



La verdad de la resurrección de Cristo es la más importante de nuestra fe. Incluye otras: la verdad de que Dios existe, la verdad de la Trinidad, la verdad de que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, de que ha muerto por nuestros pecados, de que ha resucitado para nuestra salvación, de que todo el que cree en Él ha resucitado con Él y vive de Él.
“Porque me has visto, has creído –dijo a Tomás Jesús en una aparición–. Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20,29). Somos nosotros los que no vieron, pero creemos. Creemos que ha resucitado y que está vivo y que vive cerca y dentro de nosotros.
Hemos reflexionado sobre ello cuando hemos meditado los efectos del bautismo. Hoy lo hacemos de nuevo y con más fuerza: “Ya que ustedes han resucitado con Cristo”; “sepultados con Él en el bautismo, también con Él ustedes han resucitado por la fe en la acción de Dios, que le resucitó de entre los muertos y a ustedes… los vivificó juntamente con él y nos perdonó todos nuestros delitos” (Col 2,12-13); porque “nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida” (1Jn 3,14) y “estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida” (Ro 5,10), ya que “todo el que vive y cree en mí –dice el Señor– no morirá jamás” (Jn 11,26).
Aunque sea brevemente, meditemos sobre este maravilla de la cercanía más aún de la presencia de Jesús resucitado en nuestras vidas y en la vida de la Iglesia. Porque también son palabras suyas: “Donde dos o tres se reúnan en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20) y sobre todo: “Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de los siglos” (Mt 28,20), dichas precisamente tras la resurrección.
Nos cuesta creer. No nos extrañe. A los dos de Emaús, que llegan entusiasmados por la aparición de Jesús en su camino y se encuentran con una comunidad igualmente entusiasta, porque “de verdad que ha resucitado y se ha aparecido a Simón” (Lc 24,34), sin embargo no les creyeron (Mc 16,13). Y se les aparece Jesús allí mismo y todavía, algunos al menos, creen ver un espíritu (Lc 24,37).
No se trata de fórmulas poéticas. Es verdad que “ha resucitado” y que también nosotros “hemos resucitado con Cristo”, y que “nuestra vida es la de Cristo” y que “comemos y bebemos con él después de su resurrección (Hch 10,41). Él está resucitado en la Eucaristía; él preside nuestras misas, él ofrece con nosotros su sacrificio por la salvación del mundo; él inspira y sostiene al Papa y a los obispos y sacerdotes en la predicación de su palabra; él nos perdona y alimenta en la confesión y la comunión; él nos inspira y da gusto en la meditación de su mensaje y escucha, alienta y eleva nuestra oración; él nos da fuerza para perdonar, para aceptar con humildad y corregir nuestros defectos; él nos levanta y sostiene para seguir cuando la cruz nos pesa demasiado.
El Señor nunca está lejos de nosotros. Si su luz y su Espíritu parece que lo están, es porque nos falta la fe necesaria, como a los discípulos en aquel día. Les ardía el corazón y no se daban que la causa era que el Señor iba con ellos y era quien les explicaba las escrituras (v. Lc 24,32). Si tuviéramos fe como un granito de mostaza en que Cristo resucitado nos acompaña y está en la Iglesia, todo cambiaría para nosotros. Una vez más recordemos: “El justo vive de la fe” (Ga 3,11).
Juan es buen ejemplo. Oída la noticia, corriendo fue al sepulcro. Entró tras Pedro y examinó todo con cuidado. “Vio y creyó”. ¿Qué importancia tiene Cristo en nuestra vida? ¿Está pendiente de dónde está Cristo, de qué me pide, de cuál es su voluntad, de qué le gusta que haga? ¿Te das cuenta del mensaje de las cosas que te pasan en la vida? ¿Le das las gracias por lo que te anima y estimula para el bien y lo aprovechas? ¿Captas rápido lo que te desvía de tus buenos propósitos y te esfuerzas por superarlo?
Punto fundamental para vivir esta presencia de Cristo resucitado es el de nuestra conciencia de miembros de la Iglesia. Todas las apariciones de los evangelios tienen una dimensión eclesial. Se realizan al grupo de discípulos y creyentes o son para hacer regresar a él a los que se alejan, como en el caso de los dos de Emaús. Santo Tomás no estaba con los doce el domingo de resurrección y no tuvo la experiencia de Jesús resucitado; pero permaneció en el grupo y tuvo la gran suerte del perdón a su infidelidad y del premio a su permanencia. Quien se separa de la Iglesia, se separa de Cristo; quien permanece, lo encuentra.
Cristo es la cabeza y el cuerpo es la Iglesia. El miembro que se separa del cuerpo de la Iglesia, pierde la vida y se separa de Cristo. Vivamos en la fe de la Iglesia, en la disciplina de la Iglesia, en el amor a la Iglesia.
Lo dicho vale a pesar de que el pecado también esté presente en la Iglesia. A veces se olvida aquello de San Pedro, de que el Demonio, como león rugiente, está buscando a quién devorar (1P 5,8). Hasta en el Paraíso hizo pecar el Demonio a Adán y Eva. Hasta el fin del mundo el Reino de Dios será semejante a un campo en el que Dios siembra trigo y el enemigo siembra cizaña (Mt 13,37ss). Pero “el cielo y la tierra pasarán, pero la palabra de Cristo no pasará” (Mt 24,35) y esta palabra nos asegura a todos que Cristo “está con sus discípulos hasta el fin de los siglos” (Mt 28,20) y que “las puertas (el poder) del infierno no prevalecerán contra la Iglesia” (Mt 16,18).
Cristo ha resucitado. Hemos resucitado con Cristo. La fe en Cristo resucitado es la antorcha olímpica que nos ilumina y da vida; la mostramos al mundo para que también resucite.

Fuente:http://formacionpastoralparalaicos.blogspot.com

miércoles, 4 de abril de 2012

Que es la Semana Santa

La Semana Santa

Es la semana más intensa del Año Litúrgico, en la cual se reza y reflexiona sobre la Pasión y Muerte de Cristo.
Explicación de la celebración
La Semana Santa es el momento litúrgico más intenso de todo el año. Sin embargo, para muchos católicos se ha convertido sólo en una ocasión de descanso y diversión. Se olvidan de lo esencial: esta semana la debemos dedicar a la oración y la reflexión en los misterios de la Pasión y Muerte de Jesús para aprovechar todas las gracias que esto nos trae.
Para vivir la Semana Santa, debemos darle a Dios el primer lugar y participar en toda la riqueza de las celebraciones propias de este tiempo litúrgico.
A la Semana Santa se le llamaba en un principio “La Gran Semana”. Ahora se le llama Semana Santa o Semana Mayor y a sus días se les dice días santos. Esta semana comienza con el Domingo de Ramos y termina con el Domingo de Pascua.
Vivir la Semana Santa es acompañar a Jesús con nuestra oración, sacrificios y el arrepentimiento de nuestros pecados. Asistir al Sacramento de la Penitencia en estos días para morir al pecado y resucitar con Cristo el día de Pascua.
Lo importante de este tiempo no es el recordar con tristeza lo que Cristo padeció, sino entender por qué murió y resucitó. Es celebrar y revivir su entrega a la muerte por amor a nosotros y el poder de su Resurrección, que es primicia de la nuestra.
La Semana Santa fue la última semana de Cristo en la tierra. Su Resurrección nos recuerda que los hombres fuimos creados para vivir eternamente junto a Dios.
Domingo de Ramos:
Celebramos la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén en la que todo el pueblo lo alaba como rey con cantos y palmas. Por esto, nosotros llevamos nuestras palmas a la Iglesia para que las bendigan ese día y participamos en la misa.
Jueves Santo:
Este día recordamos la Última Cena de Jesús con sus apóstoles en la que les lavó los pies dándonos un ejemplo de servicialidad. En la Última Cena, Jesús se quedó con nosotros en el pan y en el vino, nos dejó su cuerpo y su sangre. Es el jueves santo cuando instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio. Al terminar la última cena, Jesús se fue a orar, al Huerto de los Olivos. Ahí pasó toda la noche y después de mucho tiempo de oración, llegaron a aprehenderlo.
Viernes Santo:
Ese día recordamos la Pasión de Nuestro Señor: Su prisión, los interrogatorios de Herodes y Pilato; la flagelación, la coronación de espinas y la crucifixión. Lo conmemoramos con un Via Crucis solemne y con la ceremonia de la Adoración de la Cruz.
Sábado Santo o Sábado de Gloria:
Se recuerda el día que pasó entre la muerte y la Resurrección de Jesús. Es un día de luto y tristeza pues no tenemos a Jesús entre nosotros. Las imágenes se cubren y los sagrarios están abiertos. Por la noche se lleva a cabo una vigilia pascual para celebrar la Resurrección de Jesús. Vigilia quiere decir “ la tarde y noche anteriores a una fiesta.”. En esta celebración se acostumbra bendecir el agua y encender las velas en señal de la Resurrección de Cristo, la gran fiesta de los católicos.
Domingo de Resurrección o Domingo de Pascua:
Es el día más importante y más alegre para todos nosotros, los católicos, ya que Jesús venció a la muerte y nos dio la vida. Esto quiere decir que Cristo nos da la oportunidad de salvarnos, de entrar al Cielo y vivir siempre felices en compañía de Dios. Pascua es el paso de la muerte a la vida.
¿Por qué la Semana Santa cambia de fecha cada año?
El pueblo judío celebraba la fiesta de pascua en recuerdo de la liberación de la esclavitud de Egipto, el día de la primera luna llena de primavera. Esta fecha la fijaban en base al año lunar y no al año solar de nuestro calendario moderno. Es por esta razón que cada año la Semana Santa cambia de día, pues se le hace coincidir con la luna llena.
En la fiesta de la Pascua, los judíos se reunían a comer cordero asado y ensaladas de hierbas amargas, recitar bendiciones y cantar salmos. Brindaban por la liberación de la esclavitud.
Jesús es el nuevo cordero pascual que nos trae la nueva liberación, del pecado y de la muerte.
Sugerencias para vivir la Semana Santa
  • Asistir en familia o a los oficios y ceremonias propios de la Semana Santa porque la vivencia cristiana de estos misterios debe ser comunitaria.
  • Se puede organizar una pequeña representación acerca de la Semana Santa.
  • Poner algún propósito concreto a seguir para cada uno de los días de la Semana Santa.
  • Elaborar unos cartelones en los que se escriba acerca de los días de la Semana Santa y algunas ideas importantes acerca de cada uno de los días.
Fuente: Catholic.net