martes, 21 de enero de 2014

Nuestra Señora de la Altagracia



Nuestra Señora de la Altagracia
Patrona de República Dominicana
Tiene la República Dominicana dos advocaciones marianas:
Nuestra Señora de la Merced
, proclamada en 1616, durante la época de la colonia, y la Virgen de la Altagracia (imagen de la izquierda), Protectora y Reina del corazón de los dominicanos. Su nombre: "de la Altagracia" nos recuerda que por ella recibimos la mayor gracia que es tener a Jesucristo Nuestro Señor. Ella, como Madre, continua su misión de mediadora unida inseparablemente a su Hijo. Los hijos de Quisqueya la llaman cariñosamente "Tatica, la de Higüey".

Existen documentos históricos que prueban que en el año de 1502, en la Isla de Santo Domingo, ya se daba culto a la Virgen Santísima bajo la advocación de Nuestra Señora de la Altagracia, cuyo cuadro pintado al óleo fue traído de España por los hermanos Alfonso y Antonio Trejo, que eran del grupo de los primeros pobladores europeos de la isla. Al mudarse estos hermanos a la ciudad de Higüey llevaron consigo esta imagen y más tarde la ofrecieron a la parroquia para que todos pudieran venerarla. En el 1572 se terminó el primer santuario altagraciano y en el 1971 se consagró la actual basílica.

La piedad del pueblo cuenta que la devota hija de un rico mercader pidió a este que le trajese de Santo Domingo un cuadro de Nuestra Señora de la Altagracia. El padre trató inútilmente de conseguirlo por todas partes; ni clérigos ni negociantes, nadie había oído hablar de esa advocación mariana. Ya de vuelta a Higüey, el comerciante decidió pasar la noche en una casa amiga. En la sobremesa, apenado por la frustración que seguramente sentiría su hija cuando le viera llegar con las manos vacías, compartió su tristeza con los presentes relatándoles su infructuosa búsqueda.

Mientras hablaba, un hombre de edad avanzada y largas barbas, que también iba de paso, sacó de su alforja un pequeño lienzo enrollado y se lo entregó al mercader diciéndole: "Esto es lo que usted busca". Era la Virgen de la Altagracia. Al amanecer el anciano había desaparecido envuelto en el misterio. El cuadro de Ntra. Sra. de la Altagracia tiene 33 centímetros de ancho por 45 de alto y según la opinión de los expertos es una obra primitiva de la escuela española pintada a finales del siglo XV o muy al principio del XVI. El lienzo, que muestra una escena de la Natividad, fue exitosamente restaurado en España en 1978, pudiéndose apreciar ahora toda su belleza y su colorido original, pues el tiempo, con sus inclemencias, el humo de las velas y el roce de las manos de los devotos, habían alterado notablemente la superficie del cuadro hasta hacerlo casi irreconocible.

Sobre una delgada tela aparece pintada la escena del nacimiento de Jesús; la Virgen, hermosa y serena ocupa el centro del cuadro y su mirada llena de dulzura se dirige al niño casi desnudo que descansa sobre las pajas del pesebre. La cubre un manto azul salpicado de estrellas y un blanco escapulario cierra por delante sus vestidos.

María de la Altagracia lleva los colores de la bandera Dominicana anticipando así la identidad nacional. Su cabeza, enmarcada por un resplandor y por doce estrellas, sostiene una corona dorada colocada delicadamente, añadida a la pintura original. Un poco retirado hacia atrás, San José observa humildemente, mirando por encima del hombro derecho de su esposa; y al otro lado la estrella de Belén brilla tímida y discretamente.

El marco que sostiene el cuadro es posiblemente la expresión más refinada de la orfebrería dominicana. Un desconocido artista del siglo XVIII construyó esta maravilla de oro, piedras preciosas y esmaltes, probablemente empleando para ello algunas de las joyas que los devotos han ofrecido a la Virgen como testimonio de gratitud.

La imagen de Nuestra Señora de la Altagracia tuvo el privilegio especial de haber sido coronada dos veces; el 15 de agosto de 1922, en el pontificado de Pío XI y por el Papa Juan Pablo II, quien durante su visita a la isla de Santo Domingo el 25 de enero de 1979, coronó personalmente a la imagen con una diadema de plata sobredorada, regalo personal suyo a la Virgen, primera evangelizadora de las Américas. Juan Pablo II también visitó a la Virgen en su basílica en Higüey

 

jueves, 9 de enero de 2014

El Tren de la Vida

 

Hace algún tiempo atrás, leí un libro que comparaba la vida con un viaje en tren.
Una lectura extremadamente interesante, cuando es bien interpretada.

La vida no es más que un viaje en tren: repleto de embarques y desembarques, salpicado de accidentes, sorpresas agradables en algunos embarques, y profundas tristezas en otros.

Al nacer, nos subimos al tren y nos encontramos con algunas personas que creemos que siempre… estarán con nosotros en este viaje: nuestros padres.

Lamentablemente la verdad es otra.
Ellos se bajarán en alguna estación dejándonos huérfanos de su cariño, amistad y su compañía irreemplazable.

No obstante esto no impide que se suban otras personas que serán para nosotros muy especiales.
Llegan nuestros hermanos, amigos y esos amores maravillosos.

De las personas que toman este tren, habrá  también las que lo hagan como un simple paseo, otras que encontrarán solamente tristeza en el viaje…

Y habrá otras que, circulando por el tren, estarán siempre listas para ayudar a quien lo necesite.
Muchos al bajar, dejan una añoranza permanente…

Ptros pasan tan desapercibidos que ni siquiera nos damos cuenta que desocuparon el asiento.
Es curioso constatar que algunos pasajeros, lo que son más queridos, se acomodan en vagones distintos al nuestro.

Por lo tanto, se nos obliga a hacer el viaje separados de ellos.
Desde luego, no se nos impide que durante el viaje, recorramos con dificultad nuestro vagón y lleguemos a ellos…

Pero lamentablemente, ya no podremos sentarnos a su lado pues habrá otra persona ocupando el asiento.

No importa; el viaje se hace de este modo; lleno de desafíos, sueños, fantasías, esperas y despedidas… pero jamás hay regresos.

Entonces… hagamos este viaje de la mejor manera posible.
Tratemos de relacionarnos bien con todos los pasajeros, buscando en cada uno, lo mejor que tenga.

Recordemos siempre que en algún momento del trayecto, ellos podrán titubear y probablemente precisaremos entenderlos.

Y que nosotros también muchas veces titubearemos, y entonces habrá alguien que también nos comprenda.

El gran misterio, al fin, es que no sabremos jamás en qué estación bajaremos, mucho menos dónde bajarán nuestros compañeros, ni siquiera el que está sentado en el asiento de al lado.

Me quedo pensando si cuando baje del tren, sentiré nostalgia…
Creo que sí…

Separarme de algunos de los amigo que hice en el viaje será doloroso.
Dejar que mis hijos sigan solos, será muy triste.

Pero me aferro a la esperanza de que, en algún momento, llegaré a la “Estación Principal” y tendré la gran emoción de verlos llegar a ellos, a todos ellos, con un equipaje que no tenían cuando embarcaron.

Lo que me hará más feliz, será pensar que yo colaboré para que el equipaje creciera y se hiciera valioso.

Hagamos que nuestra estadía en este tren sea tranquila, que haya valido la pena.

Hagamos tanto bien como podamos… para que cuando llegue el momento de desembarcar, nuestro asiento vacío, deje añoranza y lindos recuerdos a los que aún permanezcan en el viaje.

¡¡¡ Muy feliz viaje !!!

martes, 7 de enero de 2014

¿Restauradores y Reformadores de la Iglesia?


¿Necesitaba la Iglesia una Restauración?

Los grupos restauradores creen firmemente que la Iglesia se pervirtió en el Siglo III, cuando Constantino quita la pena de muerte a los cristianos y ofrece libertad de culto. Al ocurrir esto, dicen, la iglesia adoptó enseñanzas paganas de los romanos y abandonó el evangelio de la salvación. Esto es una falacia; lo que la historia testifica, es que la Iglesia cristianizó algunas costumbres paganas. Por ejemplo, los gentiles celebraban el nacimiento del Sol el 25 de Diciembre. La Iglesia les anuncia ante esto: el verdadero Sol que ha nacido es Jesucristo, él es el Sol de Justicia, Luz para las naciones y gloria del pueblo Israel.

La Iglesia es perenne, es decir, perpetua. Durará hasta el final de los siglos. No puede, ergo, evaporarse y retornar “restaurada”. Si bien Jesús instituye a los apóstoles para ser cimiento de la Iglesia, es Jesús mismo la Piedra fundamental que sostiene este edificio espiritual (cf. Ef 2,20); esto significa que a la Iglesia la sostiene el Todopoderoso. Y si es sostenida por Dios, no puede ser destruida por poder humano alguno, ergo, es perpetua. El Señor, al dar la gran misión a su Iglesia, aseguró estar con ella perennemente, y lo ha cumplido:

 Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.” (Mt 28,19-20)

Por eso, restaurar la Iglesia es una contradicción. Jesús le dijo a Pedro: “Las puertas del infierno no la vencerán” (cf. Mt 16,18). Es una promesa divina, tal como la asistencia del Espíritu Santo prometido por Jesús, Espíritu que guía siempre en la verdad:

Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os explicará lo que ha de venir. (Jn 16,13)

Alegar que la Iglesia fracasó, equivale a decir que el Espíritu Santo no estuvo con ella siempre, como dice la escritura:

Y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre  (Jn 14,16)

Si la Iglesia se pervirtió en su misión de proclamar la verdad, como afirman los restauradores, entonces la promesa de Jesús era una farsa; ergo él no es, -no puede ser- el Señor. Sin embargo, son históricamente rastreables las doctrinas de la Iglesia Primitiva y, al confrontarse con la Iglesia de hoy, la doctrina es la misma. La supuesta “perversión doctrinal” no aparece por ninguna parte sino en la avivada imaginación (distorsionada, por cierto) de los flamantes anticatólicos.

Hay, incluso, grupos que identifican la Iglesia Católica con la gran Apostasía del Apocalipsis. Eso es fanatismo. Con el mismo argumento, se puede decir que la Reforma Protestante es la gran Apostasía, porque fue la que rompió con la sana doctrina, con la unidad, con la verdad. Pero no es el caso atacarnos mutuamente por necedades. San Pablo dijo acertadamente a Timoteo: “evita las discusiones necias y estúpidas, bien sabes que generan altercados” (2 Tim 2,23).

¿Necesitaba la Iglesia una Reforma?

En el año 1517 Martín Lutero elabora las noventa y cinco tesis que instalaría en la puerta de la iglesia del Castillo de Wittenberg. Al negarse a revocar su postura, es excomulgado en 1521. Esto, unido a Juan Calvino en suiza y otros “reformadores”, marcaría la ruptura de la Iglesia a través de una corriente de protesta, es decir, del Movimiento de la Reforma Protestante.

Este movimiento del siglo XVI pretendía volver al cristianismo primitivo, reformar la doctrina “desviada” de la Iglesia y basarse sólo en la Biblia como máximo término de autoridad. Alegaron la corrupción de la Iglesia católica, y exigían una reforma.

En efecto, la Iglesia necesitaba una reforma. Muchos miembros del clero abusaban de la dignidad secular de que gozaban, especialmente por la venta de indulgencias. San Juan de Ávila, en sus Escritos Sacerdotales, expone claramente la situación pésima del clero; denuncia a los impíos, que sólo buscaban los privilegios de que gozaba el sacerdote de aquella época, para su propio beneficio, sin una verdadera vocación sacerdotal, o por lo menos cristiana. Encontramos también a Santa Teresa de Jesús, verdadera reformadora de la Iglesia y del Carmelo; San Carlos Borromeo contra reformista; el gran San Ignacio de Loyola, padre de los Jesuitas, entre otros, que fueron los renovadores reales de la Iglesia.

Cabe mencionar que, profusos escritos de San Juan de Ávila denunciando y planteando soluciones, sirvieron de base para los cánones del Concilio Tridentino (es por eso, por ejemplo, que hoy tenemos los Seminarios donde se forman los futuros sacerdotes); por tanto, la Reforma sí se dio, no en la ruptura de Martín Lutero y Juan Calvino que sólo produjo más división, sino gracias a los verdaderos y santos reformadores, desde el interior de la Iglesia, en el Sacrosanto Concilio de Trento.

Fuente:

J.R. Getsemani F.R., “Y Sobre esta Piedra…“,
Editorial Lulu. Págs. 19-22.
ISBN: 9780557089000
www.apologeticus.tk

lunes, 6 de enero de 2014

Jesús, yo confío en Ti

 

¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida?

Cuando hayas hecho todo lo que esté en tus manos para tratar de solucionarlos, déjame el resto a Mí.

Si te abandonas en Mí, todo se resolverá con tranquilidad según mis designios.

No te desesperes, no me dirijas una oración agitada como si quisieras exigirme el cumplimiento de tu deseo. Cierra los ojos del alma y dime con calma:

Jesús, yo confío en Ti.

Evita las preocupaciones y angustias, y los pensamientos sobre lo que pueda suceder después.

No estropees mis planes queriéndome imponer tus ideas. Déjame ser Dios y actuar con libertad.

Abandónate confiadamente en Mí. Reposa en Mí y deja en mis manos tu futuro.

Dime frecuentemente:

Jesús, yo confío en Ti.

Y no seas como el paciente que le pide al médico que lo cure pero le sugiere el modo de hacerlo.

Déjate llevar en mis manos.

No tengas miedo…

Yo te amo.
Si crees que las cosas empeoraron, o se complican a pesar de tu oración, sigue confiando, cierra los ojos del alma y confía.

Continúa diciéndome a todas horas:

Jesús, yo confío en Ti.

Necesito las manos libres para obrar.

No me ates con tus preocupaciones inútiles.

Confía solo en Mí, abandónate en Mí. Así que no te preocupes, echa en Mí todas las angustias y duerme tranquilamente.

Dime siempre:

Jesús, yo confío en Ti.

Y verás grandes milagros, te lo prometo por mi amor.
(autor desconocido)

Reyes Magos regalaron a Jesús oro por ser Rey, incienso por ser Dios y mirra como hombre


MADRID, 06 Ene. 14 / 05:14 am (ACI/Europa Press).- El Profesor de Historia del Oriente Próximo de la Universidad CEU San Pablo, Hipólito Sanchiz, ha explicado que los tres regalos con los que obsequiaron los Reyes Magos al Niño Jesús no fueron elegidos por casualidad, pues el oro era un regalo para Jesús como Rey --pues era un regalo destinado a reyes--, el incienso era un presente para Jesús como Dios --pues esta resina se quemaba delante de los dioses-- y la mirra, para Jesús como hombre --pues con ella se embalsamaba a los muertos--.

Así, Sanchiz explica que el oro, el incienso y la mirra que los Reyes de Oriente entregaron al niño Jesús en Belén estaban asociados a ciertos conceptos y rituales, más allá de que los tres puedan ser equiparados a lo que hoy se consideran productos "caros" y de "lujo".

Concretamente, respecto del oro, considera que puede ser interpretado "como regalo regio, destinado a un rey" y recuerda que en Mateo 2,2 se hace referencia a que los Reyes Magos llegaron a Belén en búsqueda del nacimiento del "Rey de los Judíos", por lo que la faceta regia del acontecimiento estaba presente.

Por su parte, la simbología del incienso es "muy clara" para Sanchiz, pues hace referencia al carácter divino de Cristo, ya que en la religión judía y en las paganas, el incienso se quemaba delante de los dioses, muchas veces como sacrificio, y, de hecho las iglesias católica y ortodoxa lo siguen empleando en su liturgia.

En cualquier caso, admite cierta diversidad de criterio a la hora de determinar qué tipo de incienso se trataba, pues, mientras que en la Vulgata aparece el término 'thus', que signfica incienso, en la versión griega de San Mateo se emplea la palabra 'olívano', que es un tipo de incienso, "una sustancia gomosa compuesta de diversas resinas que al quemarse da un buen olor".

Mientras, atendiendo a la mirra --sustancia aromática también gomosa resultado de recoger la resina del árbol de la mirra--, Sanchiz ve dos posibles explicaciones pues la mirra se utilizaba como anestésico --normalmente mezclada con vino-- y se puede interpretar como que el Señor venía a quitar el dolor al mundo". Pero también la mirra se empleaba para embalsamar a los muertos, por lo que podría representar "un anuncio de su pasión y una alegoría de que Jesús como hombre está sujeto a la muerte
 
 

jueves, 2 de enero de 2014

Epifanía : La manifestación del Señor




 Epifanía significa "manifestación". Jesús se da a conocer. Aunque Jesús se dio a conocer en diferentes momentos a diferentes personas, la Iglesia celebra como epifanías tres eventos:

Su Epifanía ante los Reyes Magos (Mt 2, 1-12)
Su Epifanía a San Juan Bautista en el Jordán
Su Epifanía a sus discípulos y comienzo de Su vida pública con el milagro en Caná.

La Epifanía que más celebramos en la Navidad es la primera.

La fiesta de la Epifanía tiene su origen en la Iglesia de Oriente. A diferencia de Europa, el 6 de enero tanto en Egipto como en Arabia se celebraba el solsticio, festejando al sol victorioso con evocaciones míticas muy antiguas. Epifanio explica que los paganos celebraban el solsticio invernal y el aumento de la luz a los trece días de haberse dado este cambio; nos dice además que los paganos hacían una fiesta significativa y suntuosa en el templo de Coré. Cosme de Jerusalén cuenta que los paganos celebraban una fiesta mucho antes que los cristianos con ritos nocturnos en los que gritaban: "la virgen ha dado a luz, la luz crece".

Entre los años 120 y 140 AD los gnósticos trataron de cristianizar estos festejos celebrando el bautismo de Jesús. Siguiendo la creencia gnóstica, los cristianos de Basílides celebraban la Encarnación del Verbo en la humanidad de Jesús cuando fue bautizado. Epifanio trata de darles un sentido cristiano al decir que Cristo demuestra así ser la verdadera luz y los cristianos celebran su nacimiento.
Hasta el siglo IV la Iglesia comenzó a celebrar en este día la Epifanía del Señor. Al igual que la fiesta de Navidad en occidente, la Epifanía nace contemporáneamente en Oriente como respuesta de la Iglesia a la celebración solar pagana que tratan de sustituir. Así se explica que la Epifanía se llama en oriente: Hagia phota, es decir, la santa luz.

Esta fiesta nacida en Oriente ya se celebraba en la Galia a mediados del s IV donde se encuentran vestigios de haber sido una gran fiesta para el año 361 AD. La celebración de esta fiesta es ligeramente posterior a la de Navidad.

Los Reyes Magos

Mientras en Oriente la Epifanía es la fiesta de la Encarnación, en Occidente se celebra con esta fiesta la revelación de Jesús al mundo pagano, la verdadera Epifanía. La celebración gira en torno a la adoración a la que fue sujeto el Niño Jesús por parte de los tres Reyes Magos (Mt 2 1-12) como símbolo del reconocimiento del mundo pagano de que Cristo es el salvador de toda la humanidad.
De acuerdo a la tradición de la Iglesia del siglo I, se relaciona a estos magos como hombres poderosos y sabios, posiblemente reyes de naciones al oriente del Mediterráneo, hombres que por su cultura y espiritualidad cultivaban su conocimiento de hombre y de la naturaleza esforzándose especialmente por mantener un contacto con Dios. Del pasaje bíblico sabemos que son magos, que vinieron de Oriente y que como regalo trajeron incienso, oro y mirra; de la tradición de los primeros siglos se nos dice que fueron tres reyes sabios: Melchor, Gaspar y Baltazar. Hasta el año de 474 AD sus restos estuvieron en Constantinopla, la capital cristiana más importante en Oriente; luego fueron trasladados a la catedral de Milán (Italia) y en 1164 fueron trasladados a la ciudad de Colonia (Alemania), donde permanecen hasta nuestros días.

El hacer regalos a los niños el día 6 de enero corresponde a la conmemoración de la generosidad que estos magos tuvieron al adorar al Niño Jesús y hacerle regalos tomando en cuenta que "lo que hiciereis con uno de estos pequeños, a mi me lo hacéis" (Mt. 25, 40); a los niños haciéndoles vivir hermosa y delicadamente la fantasía del acontecimiento y a los mayores como muestra de amor y fe a Cristo recién nacido.

http://www.aciprensa.com/navidad/epifania.htm