miércoles, 21 de noviembre de 2012

El regreso de Jesucristo



P. Adolfo Franco, S.J.

Marcos 13, 24-32

Estos discursos sobre el fin del mundo, que también los hay en el evangelio de San Mateo y de San Lucas, producen una cierta curiosidad que llega a la fascinación: parecería que quieren describir el espectáculo de la catástrofe cósmica. Algo parecido ocurre con el Apocalipsis. Y en todos los casos, eso de la catástrofe cósmica es sencillamente una mala interpretación de los textos sagrados, por fijarnos más en los símbolos que en el mensaje.

¿Y cuál es el mensaje de estos textos, y en particular en el de San Marcos que hoy leemos? Este párrafo del Evangelio de San Marcos pretende darnos una lección sobre el sentido de la historia humana: la Historia Humana es una Historia de Salvación. Y ésta es la única perspectiva apropiada para interpretar la historia de los pueblos y nuestra propia historia.

Lo mismo que el origen del mundo hay que interpretarlo correctamente desde la lección que nos da el Génesis, así el final del mundo hay que interpretarlo desde esta lección contenida en el discurso que nos narra San Marcos. En el comienzo del mundo está la Presencia de Dios, que se cernía sobre las aguas, y enseguida se escucha su voz creadora. Es el verdadero sentido del origen del mundo. La Biblia narra todo esto a través de los siete días de la creación. Pero los hechos científicos que ocurren cuando Dios da el impulso creador son: el big bang y la evolución consiguiente. Pero estos hechos científicos innegables son sólo los acontecimientos: pero su sentido profundo son las palabras del Génesis: que Dios existía desde siempre y que se decidió a crear con sólo su poder.

Lo mismo pasa con el fin del mundo: la catástrofe cósmica (que puede ser sólo un símbolo) es el hecho: la venida del Hijo del Hombre es su sentido. Es la glorificación final del Hijo, y el Juicio final de los Hombres y de las Naciones.

Así la historia del mundo es una historia de Dios con el mundo, que empieza con la Creación y termina en la Glorificación de Jesús. Y toda la suma de hechos y acontecimientos son pasos dados en esta dirección. Y así adquieren su verdadera significación. Los hechos de la historia humana, desde los primeros hasta los últimos son como las cuentas de un rosario, que deben estar unidos para que sean un rosario, si no, serían simples cuentas dispersas. La presencia de Dios en estos hechos de nuestra historia, desde el principio hasta el fin, es lo que da sentido a esa historia La historia es la marcha de la humanidad desde la creación hasta esa manifestación gloriosa de Jesucristo, donde todo será juzgado por Dios. Y allí todos seremos convocados: todo lo que pasó en el mundo tendrá su juicio.

Muchas veces pensamos la historia humana, como si fuera cosa sólo de los hombres; y es una forma de verla, pero es una forma incompleta. La vemos como una suma de sucesos, de guerras, de países, de construcciones, de civilizaciones que surgen y desaparecen. Y como resultado de todo ello, y como huellas de todo lo que ha pasado, las ruinas, las obras de arte, los monumentos del pasado. Y frecuentemente sólo entendemos así la Historia como un relato de hechos humanos. Y este párrafo del Evangelio que estamos meditando nos ilumina para que  entendamos esta Historia como un camino, que se desarrolla por todas las etapas que se han vivido, por las que se viven en la actualidad y por las que se vivirán en el futuro; un camino que tiene a Dios como su principio y tiene a Dios como su término.

No sólo la Historia de la humanidad tiene ese sentido; también la nuestra, la de cada uno: es una suma de acontecimientos que tienen a Dios en su comienzo y a Dios también en su término.

Vista así la historia (la de la humanidad en general y la nuestra en particular), nos da un mensaje: hay que estar preparados y confiar. Dos mensajes: la preparación y la esperanza. Hay que estar preparados, y hay que saber dirigirse hacia ese acontecimiento final, con la alegría del encuentro con Dios. La preparación, con una vida recta y pura a la que Cristo nos impulsa, debe ser permanente, porque no sabemos el día ni la hora. Esa incertidumbre del momento, nos incita a estar preparados siempre. No podemos ser descuidados, porque el hecho final (especialmente el personal), puede darse cuando menos lo pensemos. Jesús lo que quiere es que estemos todos los días, cada día, como nos gustaría que nos encuentre el momento final.

Y además de esta actitud de preparación, nos abre a la esperanza. Tener en el corazón una firme convicción, nacida de la certeza de lo que va a venir. Es verdad, que yo no sé cuándo va a ocurrir, pero si sé cierto lo que va a ocurrir. Ese juicio final, esa glorificación del Hijo del Hombre, esa convocatoria al juicio, hecha para todos los hombres, eso es algo real, y hacia lo que se encamina mi vida. Cuando se tiene ante la vista cuál es el fin hacia el cual caminamos, sabremos caminar mejor. La esperanza nos mantiene alerta y nos ayuda a saber por dónde caminar, para llegar adecuadamente al punto de la cita con Dios.

Esto por otra parte es lo más real de la vida, del fin y de la historia. No tener presente esta perspectiva es perdernos en los detalles, que por importantes que nos parezcan, en comparación de esta visión, no serían más que pequeños detalles.
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lunes, 19 de noviembre de 2012

El Papa recuerda que la vida es un don que se debe custodiar




VATICANO, 18 Nov. 12 / 01:56 pm (ACI/EWTN Noticias).- En su mensaje a los participantes de la sesión portuguesa del Atrio de los Gentiles, donde se reúnen tanto creyentes como no creyentes, el Papa Benedicto XVI afirmó que la vida no es “algo que se pueda disponer libremente, sino un don que hay que custodiar”.

El Santo Padre subrayó que junto a quienes no creen en Dios, debemos tener la “aspiración común de afirmar el valor de la vida humana ante la marea creciente de la cultura de la muerte”.

“La conciencia del carácter sagrado de la vida pertenece a la herencia moral de la humanidad”, señaló.

El Papa explicó que la razón puede aferrar el valor de la vida, pero sólo el amor infinito y omnipotente de Dios da la vida eterna. “Ésta es la certeza que la Iglesia anuncia”, indicó.

Benedicto XVI lamentó que en la edad moderna, el hombre haya querido “sustraerse a la mirada creadora y redentora del Padre, basándose en sí mismo" y no en Dios.

“Hay que abrir nuevamente las ventanas, mirar la vastedad del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo esto según el modo justo”, indicó.
El Santo Padre invitó a los no creyentes a vivir “como si Dios existiera” aún si tuvieran “la fuerza para creer”.

El Papa afirmó que quien se abre a Dios “no se aparta del mundo y de los hombres, sino que encuentra a los hermanos, y en Dios cae todo muro de separación”.




lunes, 12 de noviembre de 2012

¿Cuál es la Unica Iglesia fundada por Dios mismo ?



La Iglesia Católica es la única Iglesia fundada por Dios mismo, pues viene de Jesucristo hasta nuestros días: viene directamente desde San Pedro, como el primer Papa, hasta el Papa actual.
San Pedro fue el primero en confesar la fe en Jesucristo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Y en ese mismo momento Jesús le anuncia que ya no se llamará Simón, sino “Pedro” (roca-piedra) y que sobre él edificaría su Iglesia.(cfr. Mt. 16, 13-19)

 El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice al respecto: La Iglesia fue fundada por las palabras y las obras de Jesucristo (#778). El Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir, con el anuncio de la llegada del Reino de Dios, el cual había sido prometido desde hacía siglos en la Sagrada Escritura (#763). El germen y el comienzo de la Iglesia fue “el pequeño rebaño” que Jesucristo reunió en torno suyo y del cual El mismo es su Pastor (#764).

Sin embargo el Señor Jesús también dotó a su Rebaño de una estructura, que permanecerá hasta el Fin de los Tiempos. Esa estructura consiste en la elección de los Apóstoles, con Pedro a la cabeza. Así, con sus actuaciones en la tierra, Cristo fue preparando y edificando su Iglesia. (#765).
Pero la Iglesia es un misterio, pues la Iglesia es a la vez realidad divina y realidad humana (#771 y 779). Aunque son pastores humanos quienes gobiernan a la Iglesia, con esa estructura que Cristo le dio, es Cristo mismo el que sin cesar guía a su Iglesia. Recordemos que El es el Buen Pastor que dio su Vida por sus ovejas y es El mismo Quien las pastorea. (#754).

Jesucristo guía, construye y santifica su Iglesia a través del Espíritu Santo. El día de Pentecostés la Iglesia que Jesucristo había dejado fundada recibe el don del Espíritu Santo y es cuando se manifiesta públicamente ante la multitud. El día de Pentecostés se inició, mediante la predicación, la difusión de la Buena Noticia de Jesucristo, entre todos los pueblos.

 Los Apóstoles y discípulos del Señor fueron predicando y construyendo la Iglesia en todo el mundo, bajo la autoridad de San Pedro, siendo su fundamento Cristo; es decir: siendo la cabeza visible San Pedro y la Cabeza Invisible Jesucristo. Nuevamente en su Cabeza vemos el misterio de la Iglesia: su realidad visible e invisible, la realidad humana y la realidad divina de la Iglesia de Jesucristo.
Sin embargo la Iglesia no está libre de dificultades. Recordemos las palabras de Cristo a Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra (roca) edificaré mi Iglesia y el poder del Infierno no la derrotará”. Estas palabras del Señor nos indican que la Iglesia iba a estar sometida a muchas pruebas y ataques durante su peregrinar aquí en la tierra. Y así ha sido y seguirá siendo. Pero tenemos la seguridad del Señor de que el poder del Mal no podrá vencer a su Iglesia.

 La Iglesia no es perfecta aún, pues se mezcla su realidad humana, pecadora, con su realidad divina. La Iglesia sólo será perfecta -nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica #769- en la gloria del Cielo, cuando Cristo vuelva a establecer los Cielos nuevos y la tierra nueva: la Jerusalén Celestial; es decir, la morada de Dios en medio de los hombres.
 Y, así, desde San Pedro, el primero en confesar la fe en Cristo, y San Pablo, el que predicó esa fe entre los que no pertenecían al pueblo de Israel, hasta hoy, la Iglesia de Jesucristo continúa. Y continuará ... hasta que Cristo vuelva glorioso a establecer su Reinado definitivo para siempre.


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