Si
el título de María Madre de la Iglesia tiene sus raíces en los primeros tiempos
del cristianismo y ya está presente en el pensamiento de San Agustín y San León
Magno, en el Credo de Nicea del 325 – y los Padres del Concilio de Éfeso (430)
ya habían llamado a María "verdadera madre de Dios" – este título
regresa durante el Magisterio de Benedicto XIV y León XIII.
Sin
embargo, fue el Papa Pablo VI, al concluir la tercera sesión del Concilio
Vaticano II, el 21 de noviembre de 1964, quien declaró a la Santísima Virgen
"Madre de la Iglesia, es decir, de todo el pueblo cristiano, tanto de los
fieles como de los pastores que la llaman la Madre más amorosa". Más
tarde, en 1980, Juan Pablo II insertó la veneración de Nuestra Señora como
Madre de la Iglesia en las letanías lauretanas hasta llegar al Decreto querido
por el Papa Francisco quien, en la memoria litúrgica de hace un año, el 10 de
junio de 2019, en un tweet más actual que nunca escribía:
“María Madre de la
Iglesia ayúdanos a encomendarnos plenamente en Jesús, a creer en su amor, sobre
todo en tiempos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe está llamada a
madurar”
Adriana Masotti – Ciudad del Vaticano
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