DOMINGO XIV
del Tiempo OrdinarioMateo 11, 25-30
El Señor nos habla de la importancia de la sencillez para poder ser buenos receptores de la Sabiduría de Dios.
En este párrafo del Evangelio que nos trae este
domingo, hay dos enseñanzas muy marcadas, una sobre la sabiduría de Dios y otra
sobre la necesidad de apoyarse en Dios y sobre todo en momentos difíciles.
Empieza con una oración de alabanza de Jesús, que se alegra de la forma en que
actúa la Providencia de Dios, que comunica su sabiduría a los sencillos; y
continúa con una invitación a todos los que sufren y se sienten derrotados a
confiar en El, que es nuestro apoyo. Son dos temas, aunque hay una conexión
evidente entre los dos.
Jesús alaba a su Padre, en una exclamación que le
sale del alma, y le dice que lo alaba, porque ha revelado su sabiduría a los
sencillos y la ha ocultado a los sabios. ¿Es que Dios tendrá algo en contra de
los sabios, de los que han cultivado la inteligencia? ¿No ha habido hombres muy
inteligentes a los que Dios les ha comunicado su sabiduría? San Agustín, Santo
Tomás y muchos otros ¿no han recibido la sabiduría que proviene de Dios? Por
otra parte, si Dios deja de lado a los sabios y entendidos, ¿será que Jesús
está alabando la pereza mental?
Estas pregunta son legítimas, y tienen una fácil respuesta: Dios no
alaba la pereza mental, y no tiene nada contra los investigadores que siempre
buscan la verdad en todos los campos; más bien esta inquietud por la verdad es
un don de Dios. Jesús se está refiriendo a los letrados, contemporáneos suyos,
que en general no estuvieron abiertos a aceptar su doctrina; no quisieron abrir
su corazón a la novedad del Evangelio. Más bien lo consideraron un rival y
quisieron desprestigiarlo con preguntas y situaciones difíciles, de las cuales
Jesús salió apelando precisamente a su sabiduría. San Pablo también se
dirige a los Corintios y les recuerda que entre ellos no abundan precisamente
los sabios (1 Cor 1, 26-30). Pero también se puede aplicar esta frase de
rechazo a aquellos “sabios” que llenos de orgullo no tienen capacidad de
aceptar el misterio de Dios.
Por de pronto se debe distinguir entre la
“sabiduría” que viene de Dios y los conocimientos que provienen de la agudeza mental.
Lo uno es un conocimiento de lo esencial y que va al centro de los problemas de
la vida humana y de su relación con Dios, lo otro son toda la variedad de
conocimientos que se adquieren con la destreza y con la facilidad que diversas
personas tienen para el ejercicio de sus facultades mentales, y para la
adquisición de cultura.
Pero no hay duda de que hay personas poco
cultivadas que tienen una gran sabiduría y que llegan a los conocimientos fundamentales
sobre la vida y la virtud, por caminos vitales y sin libros. ¿Por qué muchas
manifestaciones sobrenaturales de Dios se han hecho a personas rústicas? Por
ejemplo muchas de las apariciones de la Virgen: la aparición de la Virgen de
Guadalupe, la de Lourdes, la de Fátima; todas son comunicaciones de Dios a los
“pequeños”, no a los grandes y sabios.
¿Es la inteligencia humana una dificultad para
aceptar a Dios? ¿Hay contradicción entre ciencia y fe? La ciencia, la
inteligencia, los conocimientos naturales, lejos de ser un obstáculo para
recibir la sabiduría de Dios, y para conocer a Dios, más bien podrían ayudar a
acercarse a El. Lo que puede impedir la revelación de Dios en una persona es el
orgullo que puede brotar como una mala hierba de algunos conocimientos y
entonces sí podemos quedar bloqueados para el conocimiento que brota de Dios;
pero no podemos decir que un sabio queda imposibilitado de recibir la fe.
Aunque puede crearse entre los intelectuales demasiado seguros de su poder
intelectual, una sensación de “todo lo puedo”, que les hace cerrar el corazón,
y piensan que nadie les puede enseñar nada; esto ha ocurrido en los momentos
del desarrollo inicial de las ciencias; y en esos tiempos parecía que era una
necesidad que el científico (científico en pañales) negase a Dios. Esa
corriente tan pobre, gracias a Dios ya casi se ha secado; aunque todavía puede
asomar algún aprendiz de científico que solamente sabe repetir las objeciones
del pasado. Y en cambio también hay intelectuales verdaderos, científicos
insignes, que tienen suficiente humildad para seguir aprendiendo y que tienen
un espíritu profundamente religioso.
A este respecto podemos citar el testimonio de
Einstein, un sabio en verdad eminente:. “... la experiencia más bella que el hombre
puede tener es el sentido de lo misterioso: descubrir que, tras lo que podemos
experimentar científicamente, se oculta algo inalcanzable a nuestro espíritu,
algo cuya belleza y sublimidad se alcanzan sólo indirectamente y a modo de
pálido reflejo; y, en este sentido, yo soy religioso”.
Y en la segunda parte de la enseñanza de Jesús, se
dice qué es lo que los sencillos reciben de la sabiduría de Dios: los sencillos
pueden descubrir, por la sabiduría de Dios, que Jesús es fuerte para acoger
nuestro cansancio; y pueden saber que caminar con la cruz detrás de El es
llevar una carga liviana. Esa es la Ciencia que no descubren los orgullosos y
que sí inculca Dios en los pequeños.