Oseas
u Osee, profeta de las diez tribus del norte, como su contemporáneo Amós, vivió
en el siglo VIII a. C., mientras Isaías y Miqueas profetizaban en Judá, es
decir, bajo el reinado del rey Jeroboam II de Israel (783-743) y de los reyes
Ocías (Amasías) (789-738), Joatán (738-736), Acaz (736-721) y Ezequías
(721-693), reyes de Judá. Sus discursos proféticos se dirigen casi
exclusivamente al reino de Israel (Efraím, Samaria), entonces poderoso y
depravado, y sólo de paso a Judá. Son profecías duras, cargadas de terribles
amenazas contra la idolatría, la desconfianza en El y la corrupción de
costumbres y alternadas, por otra parte, con esplendorosas promesas (cf. 2, 14
ss.) y expresiones del más inefable amor (cf. 2, 23; 11, 8, etc.). El estilo es
sucinto y lacónico, pero muy elocuente y patético y a la vez riquísimo en
imágenes y simbolismos.
La
primera parte (cap. 1-3) comprende dos acciones simbólicas que se refieren a la
infidelidad del reino de Israel como esposa de Yahvé. La segunda (cap. 4-14) es
una colección de cinco vaticinios (caps. 4, 5, 6, 7-12; 12-14) en que se
anuncian los castigos contra el mismo reino y luego la purificación de la
esposa adúltera, en la cual se despierta la esperanza en el Mesías y su
glorioso reinado.
El
sepulcro de Oseas se muestra en el monte Nebi Oscha, no lejos de es-Salt
(Transjordania). El Eclesiástico hace de Oseas y de los otros Profetas Menores
este significativo elogio: "Reverdezcan también en el lugar donde reposan,
los huesos de los doce Profetas; porque ellos consolaron a Jacob, y lo
confortaron con una esperanza cierta" (Ecli. 49, 12).
Si Amós
es el profeta de la justicia, Oseas es el profeta del amor, reiterando siempre
la imagen de Dios y el pueblo como un marido y su esposa, que termina siéndole
infiel —los judíos—, metáfora característica en la prosa del profeta.
En este contexto, el "Dios
celoso" se ve justificado porque su "mujer" lo engaña (con otros
dioses falsos): un amor celestial encharcado por bajas pasiones humanas. Esta
es la diferencia entre los dioses espurios y Yahvé: ellos aceptan compartir sus
altares con otras deidades, pero el Señor no. Su amor es total y completo, pero
exclusivo y absorbente.
Oseas, por lo tanto, no acepta el sincretismo,
ni nuevas alianzas, ni amistad con otros credos. Los cultos idolátricos y las
liturgias naturalistas quedan, a partir de este profeta, completamente fuera de
la cuestión.
Al preguntarse por qué el judío no puede
amar a Dios como este lo ama a él, Oseas responde que por causa de la comodidad
material en que vive el pueblo. Es también, por ende, el profeta de la
frugalidad y la pobreza. Mientras Israel vaga por el desierto, clama a Dios y
le entrega su corazón, pero cuando está caliente y bien alimentado en su casa
se desvía y adora figuras de animales. Cree que no necesita más del Señor;
opina que se la pasará mejor sin él, pero está equivocado. Dios le quitará sus
bienes físicos y lo pondrá de nuevo en el hambre y la suciedad para que
recuerde el verdadero camino de la salvación y lo siga de una vez por todas. Finalmente, los israelitas despertarán de su estupefacción y
experimentarán de nuevo la necesidad de acercarse al Señor Yahvéh.