domingo, 27 de abril de 2014
martes, 22 de abril de 2014
Pudieron haber robado el cuerpo de Jesús?
Aquellos que se sienten
incómodos ante la afirmación de que Jesús ha resucitado y encuentran vacío el
sepulcro en donde había sido depositado, lo primero que se les ocurre pensar y
decir es que alguien había robado su cuerpo (cfr. Mt 28,11-15).
La losa encontrada en Nazaret con un rescripto imperial donde se recuerda que es necesario respetar la inviolabilidad de los sepulcros testimonia que hubo un gran revuelo en Jerusalén motivado por la desaparición del cadáver de alguien procedente de Nazaret en torno al año 30.
No obstante, el hecho mismo de encontrar el sepulcro vacío no impediría pensar que el cuerpo había sido robado. Pese a todo, causó tal impacto en las santas mujeres y en los discípulos de Jesús que se acercaron al sepulcro, que incluso antes de haber visto a Jesús vivo de nuevo, fue el primer paso para el reconocimiento de que había resucitado.
En el evangelio de San Juan hay un relato preciso de cómo encontraron todo. Narra que en cuanto Pedro y Juan oyeron lo que María les contaba, salió Pedro con el otro discípulo y fueron al sepulcro: «Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio allí los lienzos aplanados, pero no entró. Llegó tras él Simón Pedro, entró en el sepulcro y vio los lienzos aplanados, y el sudario que había sido puesto en su cabeza, no caído junto a los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en el mismo sitio de antes. Entonces, entró también el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó» (Jn 20, 3-8).
Las palabras que utiliza el evangelista para describir lo que Pedro y él vieron en el sepulcro vacío expresan con vivo realismo la impresión que les causó lo que pudieron contemplar. De entrada, la sorpresa de encontrar allí los lienzos. Si alguien hubiera entrado para hacer desaparecer el cadáver, ¿se habría entretenido en quitarle los lienzos para llevarse sólo el cuerpo? No parece lógico. Pero es que, además, el sudario estaba «todavía enrollado», como lo había estado el viernes por la tarde alrededor de la cabeza de Jesús. Los lienzos permanecían como habían sido colocados envolviendo al cuerpo de Jesús, pero ahora no envolvían nada y por eso estaban «aplanados», huecos, como si el cuerpo de Jesús se hubiera esfumado y hubiera salido sin desenvolverlos, pasando a través de ellos. Y todavía hay más datos sorprendentes en la descripción de lo que vieron. Cuando se amortajaba el cadáver, primero se enrollaba el sudario a la cabeza, y después, todo el cuerpo y también la cabeza se envolvían en los lienzos. El relato de Juan especifica que en el sepulcro el sudario permanecía «en el mismo sitio de antes», esto es, conservando la misma disposición que había tenido cuando estaba allí el cuerpo de Jesús.
La descripción del evangelio señala con extraordinaria precisión lo que contemplaron atónitos los dos Apóstoles. Era humanamente inexplicable la ausencia del cuerpo del Jesús. Era físicamente imposible que alguien lo hubiera robado, ya que para sacarlo de la mortaja, habría tenido que desenvolver los lienzos y el sudario, y éstos habrían quedado allí sueltos. Pero ellos tenían ante sus ojos los lienzos y el sudario tal y como estaban cuando habían dejado allí el cuerpo del Maestro, en la tarde del viernes. La única diferencia es que el cuerpo de Jesús ya no estaba. Todo lo demás permanecía en su lugar.
Hasta tal punto fueron significativos los restos que encontraron en el sepulcro vacío, que les hicieron intuir de algún modo la resurrección del Señor, pues «vieron y creyeron».
Bibliografía: M. Balagué, «La prueba de la Resurrección (Jn 20,6-7)»: Estudios Bíblicos 25 (1966) 169-192; Francisco Varo, Rabí Jesús de Nazaret (B.A.C., Madrid, 2005) 197-201.
Tomado de: http://www.opusdei.es/art.php?p=15372
La losa encontrada en Nazaret con un rescripto imperial donde se recuerda que es necesario respetar la inviolabilidad de los sepulcros testimonia que hubo un gran revuelo en Jerusalén motivado por la desaparición del cadáver de alguien procedente de Nazaret en torno al año 30.
No obstante, el hecho mismo de encontrar el sepulcro vacío no impediría pensar que el cuerpo había sido robado. Pese a todo, causó tal impacto en las santas mujeres y en los discípulos de Jesús que se acercaron al sepulcro, que incluso antes de haber visto a Jesús vivo de nuevo, fue el primer paso para el reconocimiento de que había resucitado.
En el evangelio de San Juan hay un relato preciso de cómo encontraron todo. Narra que en cuanto Pedro y Juan oyeron lo que María les contaba, salió Pedro con el otro discípulo y fueron al sepulcro: «Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio allí los lienzos aplanados, pero no entró. Llegó tras él Simón Pedro, entró en el sepulcro y vio los lienzos aplanados, y el sudario que había sido puesto en su cabeza, no caído junto a los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en el mismo sitio de antes. Entonces, entró también el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó» (Jn 20, 3-8).
Las palabras que utiliza el evangelista para describir lo que Pedro y él vieron en el sepulcro vacío expresan con vivo realismo la impresión que les causó lo que pudieron contemplar. De entrada, la sorpresa de encontrar allí los lienzos. Si alguien hubiera entrado para hacer desaparecer el cadáver, ¿se habría entretenido en quitarle los lienzos para llevarse sólo el cuerpo? No parece lógico. Pero es que, además, el sudario estaba «todavía enrollado», como lo había estado el viernes por la tarde alrededor de la cabeza de Jesús. Los lienzos permanecían como habían sido colocados envolviendo al cuerpo de Jesús, pero ahora no envolvían nada y por eso estaban «aplanados», huecos, como si el cuerpo de Jesús se hubiera esfumado y hubiera salido sin desenvolverlos, pasando a través de ellos. Y todavía hay más datos sorprendentes en la descripción de lo que vieron. Cuando se amortajaba el cadáver, primero se enrollaba el sudario a la cabeza, y después, todo el cuerpo y también la cabeza se envolvían en los lienzos. El relato de Juan especifica que en el sepulcro el sudario permanecía «en el mismo sitio de antes», esto es, conservando la misma disposición que había tenido cuando estaba allí el cuerpo de Jesús.
La descripción del evangelio señala con extraordinaria precisión lo que contemplaron atónitos los dos Apóstoles. Era humanamente inexplicable la ausencia del cuerpo del Jesús. Era físicamente imposible que alguien lo hubiera robado, ya que para sacarlo de la mortaja, habría tenido que desenvolver los lienzos y el sudario, y éstos habrían quedado allí sueltos. Pero ellos tenían ante sus ojos los lienzos y el sudario tal y como estaban cuando habían dejado allí el cuerpo del Maestro, en la tarde del viernes. La única diferencia es que el cuerpo de Jesús ya no estaba. Todo lo demás permanecía en su lugar.
Hasta tal punto fueron significativos los restos que encontraron en el sepulcro vacío, que les hicieron intuir de algún modo la resurrección del Señor, pues «vieron y creyeron».
Bibliografía: M. Balagué, «La prueba de la Resurrección (Jn 20,6-7)»: Estudios Bíblicos 25 (1966) 169-192; Francisco Varo, Rabí Jesús de Nazaret (B.A.C., Madrid, 2005) 197-201.
Tomado de: http://www.opusdei.es/art.php?p=15372
domingo, 20 de abril de 2014
viernes, 18 de abril de 2014
VIERNES SANTO
En este día recordamos cuando Jesús muere en la cruz para salvarnos del pecado y darnos la vida eterna. El sacerdote lee la pasión de Cristo en la liturgia de la Adoración a la cruz. Ese día no se celebra la Santa Misa.
En las iglesias, las imágenes se cubren con una tela morada al igual que el crucifijo y el sagrario está abierto en señal de que Jesús no está.
El color morado en la liturgia de la Iglesia significa luto. Se viste de negro la imagen de la Virgen en señal de luto por la muerte de su Hijo.
Podemos recordar leyendo el Evangelio de San Juan, capítulo 18, versículos 1-19, 42.
¿Cómo podemos vivir este día?
Este día manda la Iglesia guardar el ayuno y la abstinencia.
Se acostumbra rezar el Vía Crucis y meditar en las Siete Palabras de Jesús en la cruz.
Se participa en la Liturgia de Adoración a la Cruz con mucho amor, respeto y devoción.
Se trata de acompañar a Jesús en su sufrimiento.
A las tres de la tarde, recordamos la crucifixión de Jesús rezando el Credo
La tarde del Viernes Santo presenta el drama inmenso de la muerte de Cristo en el Calvario. La cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como signo de salvación y de esperanza.
Con la Pasión de Jesús según el Evangelio de Juan contemplamos el misterio del Crucificado, con el corazón del discípulo Amado, de la Madre, del soldado que le traspasó el costado.
San Juan, teólogo y cronista de
la pasión nos lleva a contemplar el misterio de la cruz de Cristo como una
solemne liturgia. Todo es digno, solemne, simbólico en su narración: cada
palabra, cada gesto. La densidad de su Evangelio se hace ahora más elocuente.
Y los títulos de Jesús componen
una hermosa Cristología. Jesús es Rey. Lo dice el título de la cruz, y el
patíbulo es trono desde donde el reina. Es sacerdote y templo a la vez, con la
túnica inconsútil que los soldados echan a suertes. Es el nuevo Adán junto a la
Madre, nueva Eva, Hijo de María y Esposo de la Iglesia. Es el sediento de Dios,
el ejecutor del testamento de la Escritura. El Dador del Espíritu. Es el
Cordero inmaculado e inmolado al que no le rompen los huesos. Es el Exaltado en
la cruz que todo lo atrae a sí, por amor, cuando los hombres vuelven hacia él
la mirada.
La Madre estaba allí, junto a la
Cruz. No llegó de repente al Gólgota, desde que el discípulo amado la recordó
en Caná, sin haber seguido paso a paso, con su corazón de Madre el camino de
Jesús. Y ahora está allí como madre y discípula que ha seguido en todo la
suerte de su Hijo, signo de contradicción como El, totalmente de su parte. Pero
solemne y majestuosa como una Madre, la madre de todos, la nueva Eva, la madre
de los hijos dispersos que ella reúne junto a la cruz de su Hijo. Maternidad
del corazón, que se ensancha con la espada de dolor que la fecunda.
La palabra de su Hijo que alarga
su maternidad hasta los confines infinitos de todos los hombres. Madre de los
discípulos, de los hermanos de su Hijo. La maternidad de María tiene el mismo
alcance de la redención de Jesús. María contempla y vive el misterio con la
majestad de una Esposa, aunque con el inmenso dolor de una Madre. Juan la
glorifica con el recuerdo de esa maternidad. Ultimo testamento de Jesús. Ultima
dádiva. Seguridad de una presencia materna en nuestra vida, en la de todos.
Porque María es fiel a la palabra: He ahí a tu hijo.
El soldado que traspasó el
costado de Cristo de la parte del corazón, no se dio cuenta que cumplía una
profecía y realizaba un último, estupendo gesto litúrgico. Del corazón de
Cristo brota sangre y agua. La sangre de la redención, el agua de la salvación.
La sangre es signo de aquel amor más grande, la vida entregada por nosotros, el
agua es signo del Espíritu, la vida misma de Jesús que ahora, como en una nueva
creación derrama sobre nosotros.
La celebración
Hoy no se celebra la Eucaristía
en todo el mundo. El
altar luce sin mantel, sin cruz, sin velas ni adornos. Recordamos la muerte de
Jesús. Los ministros se postran en el suelo ante el altar al comienzo de la
ceremonia. Son la imagen de la humanidad hundida y oprimida, y al tiempo
penitente que implora perdón por sus pecados.
Van vestidos de rojo, el color de los mártires: de Jesús, el primer testigo del amor del Padre y de todos aquellos que, como él, dieron y siguen dando su vida por proclamar la liberación que Dios nos ofrece.
Van vestidos de rojo, el color de los mártires: de Jesús, el primer testigo del amor del Padre y de todos aquellos que, como él, dieron y siguen dando su vida por proclamar la liberación que Dios nos ofrece.
Acción litúrgica en la muerte del
Señor
1. La Entrada
La impresionante celebración
litúrgica del Viernes empieza con un rito de entrada diferente de otros días:
los ministros entran en silencio, sin canto, vestidos de color rojo, el color
de la sangre, del martirio, se postran en el suelo, mientras la comunidad se
arrodilla, y después de un espacio de silencio, dice la oración del dia.
2. Celebración de la Palabra
-
Primera
Lectura
- Salmo
Responsorial
En este Salmo, recitado por Jesús en la cruz, se entrecruzan la confianza, el dolor, la soledad y la súplica: con el Varón de dolores, hagamos nuestra esta oración. - Segunda
lectura
El Sacerdote es el que une a Dios con el hombre y a los hombres con Dios... Por eso Cristo es el perfecto Sacerdote: Dios y Hombre. El Único y Sumo y Eterno Sacerdote. Del cual el Sacerdocio: el Papa, los Obispos, los sacerdotes y los Diáconos, unidos a Él, son ministros, servidores, ayudantes... - Versículo
antes del Evangelio (Flp 2, 8-9)
Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre".
Como siempre, la celebración de la Palabra, después de la homilía, se concluye con una ORACIÓN UNIVERSAL, que hoy tiene más sentido que nunca: precisamente porque contemplamos a Cristo entregado en la Cruz como Redentor de la humanidad, pedimos a Dios la salvación de todos, los creyentes y los no creyentes.
Espectacular realismo en esta profecía hecha 800 años antes de Cristo, llamada por muchos el 5º Evangelio. Que nos mete en el alma sufriente de Cristo, durante toda su vida y ahora en la hora real de su muerte. Dispongámonos a vivirla con Él.
3. Adoración de la Cruz
Después de las palabras pasamos a
una acción simbólica muy expresiva y propia de este dia: la veneración de la
Santa Cruz es presentada solemnemente la Cruz a la comunidad, cantando tres
veces la aclamación:Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. VENID AADORARLO", y todos nos arrodillamos unos momentos cada vez; y entonces vamos, en procesión, a venerar la Cruz personalmente, con una genuflexión (o inclinación profunda) y un beso (o tocándola con la mano y santiguándonos); mientras cantamos las alabanzas a ese Cristo de la Cruz:
"Pueblo mío, ¿qué te he hecho...?" "Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza..." "Victoria, tú reinarás..."
4. La Comunión
Desde 1955, cuando lo decidió Pío
Xll en la reforma que hizo de la Semana Santa, no sólo el sacerdote -como hasta
entonces - sino también los fieles pueden comulgar con el Cuerpo de Cristo.
Aunque hoy no hay propiamente
Eucaristía, pero comulgando del Pan consagrado en la celebración de ayer,
Jueves Santo, expresamos nuestra participación en la muerte salvadora de
Cristo, recibiendo su "Cuerpo entregado por nosotros".
jueves, 17 de abril de 2014
Jueves Santo
17 de abril 2014. Jueves en que Cristo instituyó el sacramento de la
Eucaristía, también conocido como la Última Cena. |
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lunes, 14 de abril de 2014
María Magdalena
Nos fijaremos ahora en los testigos que aparecen citados expresamente en los relatos de las apariciones del Resucitado para confirmar nuestra fe en el Señor, vencedor de la muerte.
Pocas veces un hecho relacionado con la vida de Jesús es avalado por los cuatro Evangelios de forma explícita. Ni siquiera la Cena Pascual es descrita por todos, ni las palabras que el Señor pronunció en cruz. Sin embargo, los cuatro relatos evangélicos dan cuenta de la presencia de María Magdalena como una de las mujeres que, a partir de su curación, -“María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios” (Lc 8, 2)-, acompañó a Jesús.
María Magdalena se nos presenta como la mujer fuerte, atrevida, fiel, sagaz. “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena” (Jn 19, 25). Ella fue la primera en acudir al sepulcro. “María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro.” (Mt 28, 1). La intención era ultimar los trabajos para dar sepultura definitiva al cuerpo de Jesús. “Compraron aromas para ir a embalsamarle” (Mc 16, 1-2).
Lo que destacan los Evangelios es que fue la primera testigo de Cristo resucitado. “Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios.”(Mc 16, 9) “Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» - que quiere decir: «Maestro» -. Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre»”(Jn 20, 16-17).
Ella fue la evangelizadora de los Apóstoles. Jesús le encomienda: “Vete donde mis hermanos y diles: «Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios». Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras. (Jn 20, 16-18). “Regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas.” (Lc 24, 9-10)
«La historia de María de Magdala recuerda a todos una verdad fundamental: discípulo de Cristo es quien, en la experiencia de la debilidad humana, ha tenido la humildad de pedirle ayuda, ha sido curado por él, y le ha seguido de cerca, convirtiéndose en testigo de la potencia de su amor misericordioso, que es más fuerte que el pecado y la muerte». -Benedicto XVI, 23 Julio, 2006.
Aunque no parece que el Evangelio se refiera a la misma persona cuando habla de la mujer que ungió los pies al Señor en casa de Simón el fariseo y cuando lo hace de María Magdalena, a ésta se le pueden aplicar muy bien las palabras de Jesús: “A quien mucho se le perdona, mucho ama”. ¿Y tú tienes conciencia de perdonado?
domingo, 13 de abril de 2014
Domingo de Ramos
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