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Nuestra Señora de la Altagracia
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Patrona de República Dominicana
Tiene la República Dominicana
dos advocaciones marianas:
Nuestra Señora de la Merced, proclamada en 1616, durante la época de la
colonia, y la Virgen de la Altagracia (imagen de la izquierda), Protectora
y Reina del corazón de los dominicanos. Su nombre: "de la
Altagracia" nos recuerda que por ella recibimos la mayor gracia que es
tener a Jesucristo Nuestro Señor. Ella, como Madre, continua su misión de
mediadora unida inseparablemente a su Hijo. Los hijos de Quisqueya la
llaman cariñosamente "Tatica, la de Higüey".
Existen documentos históricos que prueban que en el año de 1502, en la Isla
de Santo Domingo, ya se daba culto a la Virgen Santísima bajo la advocación
de Nuestra Señora de la Altagracia, cuyo cuadro pintado al óleo fue traído
de España por los hermanos Alfonso y Antonio Trejo, que eran del grupo de
los primeros pobladores europeos de la isla. Al mudarse estos hermanos a la
ciudad de Higüey llevaron consigo esta imagen y más tarde la ofrecieron a
la parroquia para que todos pudieran venerarla. En el 1572 se terminó el
primer santuario altagraciano y en el 1971 se consagró la actual basílica.
La piedad del pueblo cuenta que la devota hija de un rico mercader pidió a
este que le trajese de Santo Domingo un cuadro de Nuestra Señora de la
Altagracia. El padre trató inútilmente de conseguirlo por todas partes; ni
clérigos ni negociantes, nadie había oído hablar de esa advocación mariana.
Ya de vuelta a Higüey, el comerciante decidió pasar la noche en una casa
amiga. En la sobremesa, apenado por la frustración que seguramente sentiría
su hija cuando le viera llegar con las manos vacías, compartió su tristeza
con los presentes relatándoles su infructuosa búsqueda.
Mientras hablaba, un hombre de edad avanzada y largas barbas, que también
iba de paso, sacó de su alforja un pequeño lienzo enrollado y se lo entregó
al mercader diciéndole: "Esto es lo que usted busca". Era la
Virgen de la Altagracia. Al amanecer el anciano había desaparecido envuelto
en el misterio. El cuadro de Ntra. Sra. de la Altagracia tiene 33
centímetros de ancho por 45 de alto y según la opinión de los expertos es
una obra primitiva de la escuela española pintada a finales del siglo XV o
muy al principio del XVI. El lienzo, que muestra una escena de la
Natividad, fue exitosamente restaurado en España en 1978, pudiéndose apreciar
ahora toda su belleza y su colorido original, pues el tiempo, con sus
inclemencias, el humo de las velas y el roce de las manos de los devotos,
habían alterado notablemente la superficie del cuadro hasta hacerlo casi
irreconocible.
Sobre una delgada tela aparece pintada la escena del nacimiento de Jesús;
la Virgen, hermosa y serena ocupa el centro del cuadro y su mirada llena de
dulzura se dirige al niño casi desnudo que descansa sobre las pajas del
pesebre. La cubre un manto azul salpicado de estrellas y un blanco
escapulario cierra por delante sus vestidos.
María de la Altagracia lleva los colores de la bandera Dominicana
anticipando así la identidad nacional. Su cabeza, enmarcada por un
resplandor y por doce estrellas, sostiene una corona dorada colocada
delicadamente, añadida a la pintura original. Un poco retirado hacia atrás,
San José observa humildemente, mirando por encima del hombro derecho de su
esposa; y al otro lado la estrella de Belén brilla tímida y discretamente.
El marco que sostiene el cuadro es posiblemente la expresión más refinada
de la orfebrería dominicana. Un desconocido artista del siglo XVIII
construyó esta maravilla de oro, piedras preciosas y esmaltes,
probablemente empleando para ello algunas de las joyas que los devotos han
ofrecido a la Virgen como testimonio de gratitud.
La imagen de Nuestra Señora de la Altagracia tuvo el privilegio especial de
haber sido coronada dos veces; el 15 de agosto de 1922, en el pontificado
de Pío XI y por el Papa Juan Pablo II, quien durante su visita a la isla de
Santo Domingo el 25 de enero de 1979, coronó personalmente a la imagen con
una diadema de plata sobredorada, regalo personal suyo a la Virgen, primera
evangelizadora de las Américas. Juan Pablo II también visitó a la Virgen en
su basílica en Higüey
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