Extracto
del Manual de teología Dogmática de Ludwig Ott. pág. 180-191
El hombre y su caída
§ 20. EL PECADO PERSONAL DE NUESTROS PRIMEROS
PADRES O PECADO ORIGINAL ORIGINANTE
El acto pecaminoso
Nuestros primeros padres pecaron gravemente
en el Paraíso transgrediendo el precepto divino que Dios les había impuesto
para probarles (de fe, por ser doctrina del magisterio ordinario y
universal de la Iglesia).
El concilio de Trento enseña que Adán perdió la
justicia y la santidad por transgredir el precepto divino; Dz 788. Como la
magnitud del castigo toma como norma la magnitud de la culpa, por un castigo
tan grave se ve que el pecado de Adán fue también grave o mortal.
La Sagrada Escritura refiere, en Gen 2, 17 y 3, 1
ss, el pecado de nuestros primeros padres. Como el pecado de Adán constituye la
base de los dogmas del pecado original y de la redención del género humano, hay
que admitir en sus puntos esenciales la historicidad del relato bíblico. Según respuesta
de la Comisión Bíblica del año 1909, no es lícito poner en duda el sentido
literal e histórico con respecto a los hechos que mencionamos a continuación:
a) que al primer hombre le fue
impuesto un precepto por Dios a fin de probar su obediencia;
b) que transgredió este precepto
divino por insinuación del diablo, presentado bajo la forma de una serpiente;
c) que nuestros primeros padres se
vieron privados del estado primitivo de inocencia; Dz 2123.
Los libros más recientes de la Sagrada Escritura
confirman este sentido literal e histórico; Eccli 25, 33: «Por la
mujer tuvo principio el pecado y por ella morimos todos»; Sap 2, 24: «Por
la envidia del diablo entró la muerte en el mundo»; 2 Cor 2, 3: «Pero
temo que, como la serpiente engañó a Eva con su astucia, también corrompa
vuestros pensamientos apartándolos de la entrega sincera a Cristo»; cf. 1
Tim 2,14; Rom 5, 12 ss; Ioh 8, 44. Hay que desechar la interpretación
mitológica y la puramente alegórica (de los alejandrinos).
El pecado de nuestros primeros padres fue en su
índole moral un pecado de desobediencia; cf. Rom 5, 19: «Por la
desobediencia de uno, muchos fueron hechos pecadores». La raíz de tal
desobediencia fue la soberbia; Tob 4, 14: «Toda perdición tiene su principio en
el orgullo»; Eccli 10, 15: «El principio de todo pecado es la
soberbia». El contexto bíblico descarta la hipótesis de que el pecado
fuera de índole sexual, como sostuvieron Clemente Alejandrino y San Ambrosio.
La gravedad del pecado resulta del fin que perseguía el precepto divino y de
las circunstancias que le rodearon. SAN AGUSTÍN considera el pecado de Adán
como «inefablemente grande» («ineffabiliter grande peccatum»: Op.
imperf. c. Jul. 1 105)
2. Las consecuencias del pecado
a) Los protoparentes perdieron por el pecado
la gracia santificante y atrajeron sobre sí la cólera y el enojo de Dios (de
fe; Dz 788).
En la Sagrada Escritura se nos indica la pérdida
de la gracia santificante al referirse que nuestros primeros padres quedaron
excluidos del trato familiar con Dios; Gen 3, 10 y 23. Dios se presenta como
juez y lanza contra ellos el veredicto condenatorio; Gen 3, 16 ss.
El desagrado divino se traduce finalmente en la
eterna reprobación. Taciano enseñó de hecho que Adán perdió la eterna
salvación. SAN IRENEO (Adv. haer. m 23, 8), TERTULIANO (De poenit.
12) y SAN HIPÓLITO (Philos. 8, 16) salieron ya al paso de
semejante teoría. Según afirman ellos, es doctrina universal de todos los
padres, fundada en un pasaje del libro de la Sabiduría (10, 2:«ella [la
Sabiduría] le salvó en su caída»), que nuestros primeros padres hicieron
penitencia, y«por la sangre del Señor» se vieron salvados de la
perdición eterna; cf. SAN AGUSTÍN, De peccat. mer. et rem II
34, 55.
b) Los protoparentes quedaron sujetos a la
muerte y al señorío del diablo (de fe; Dz 788).
La muerte y todo el mal que dice relación con
ella tienen su raíz en la pérdida de los dones de integridad. Según Gen 3, 16
ss, como castigo del pecado nos impuso Dios los sufrimientos y la muerte. El
señorío del diablo queda indicado en Gen 3, 15, enseñándose expresamente en Ioh
12, 31; 14, 30; 2 Cor 4, 4; Hebr 2, 14; 2 Petr 2, 19.
§ 21. EXISTENCIA DEL PECADO ORIGINAL
I . Doctrinas heréticas opuestas
El pecado original fue negado indirectamente por
los gnósticos y maniqueos, que atribuían la
corrupción moral del hombre a un principio eterno del mal: la materia; también
lo negaron indirectamente los origenistas y priscilianistas, los
cuales explicaban la inclinación del hombre al mal por un pecado que el alma
cometiera antes de su unión con el cuerpo.
Negaron directamente la doctrina del pecado
original los pelagianos, los cuales enseñaban que:
a) El pecado de Adán no se transmitía por
herencia a sus descendientes, sino porque éstos imitaban el mal ejemplo de
aquél (imitatione, non propagatione).
b) La muerte, los padecimientos y la
concupiscencia no son castigos por el pecado, sino efectos del estado de
naturaleza pura.
c) El bautismo de los niños no se administra para
remisión de los pecados, sino para que éstos sean recibidos en la comunidad de
la Iglesia y alcancen el «reino de los cielos» (que es un grado de felicidad
superior al de «la vida eterna»).
La herejía pelagiana fue combatida principalmente
por SAN AGUSTÍN y condenada por el magisterio de la Iglesia en los sínodos de
Mileve (416), Cartago (418), Orange (529) y, más recientemente, por el concilio
de Trento (1546); Dz 102, 174 s, 787 ss.
El pelagianismo sobrevivió en el racionalismo desde
la edad moderna hasta los tiempos actuales (socinianismo, racionalismo de la
época de la «Ilustración», teología protestante liberal, incredulidad moderna).
En la edad media, un sínodo de Sens (1141)
condenó la siguiente proposición de PEDRO ABELARDO: «Quod non
contraximus culpam ex Adam, sed poenam tantum»; Dz 376.
Los reformadores, bayanistas y jansenistas
conservaron la creencia en el pecado original, pero desfiguraron su esencia y
sus efectos, haciéndole consistir en la concupiscencia y considerándole como
una corrupción completa de la naturaleza humana; cf. Conf. Aug. ,
art. 2.
2. Doctrina de la Iglesia
El pecado de Adán se propaga a todos sus descendientes por generación,
no por imitación (de fe).
La doctrina de la Iglesia sobre el pecado
original se halla contenida en el Decretum super peccato originali,
del concilio de Trento (sess. v, 1546), que a veces sigue a la letra las
definiciones de los sínodos de Cartago y de Orange. El tridentino condena la
doctrina de que Adán perdió para sí solo, y no también para nosotros, la
justicia y santidad que había recibido de Dios; y aquella otra de que Adán
transmitió a sus descendientes únicamente la muerte y los sufrimientos
corporales, pero no la culpa del pecado. Positivamente enseña que el pecado,
que es muerte del alma, se propaga de Adán a todos sus descendientes por
generación, no por imitación, y que es inherente a cada individuo. Tal pecado
se borra por los méritos de la redención de Jesucristo, los cuales se aplican
ordinariamente tanto a los adultos como a los niños por medio del sacramento
del bautismo. Por eso, aun los niños recién nacidos reciben el bautismo para
remisión de los pecados; Dz 789-791.
Fuente:http://www.apologeticacatolica.org
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