"Claves" para la lectura de
El proceso
desarrollado por Marcos en su narración es muy sencillo. Después del bautismo
en el río Jordán (1,1-13) ante la presencia de Juan, Jesús predica en la región
de Galilea (1,14-9,50), sube a Jerusalén (10), y en esta ciudad se precipita la
crisis que va a desembocar en el relato de la pasión y muerte (14,10-15,47), y
ésta a su vez culmina con la sorpresa de la tumba vacía y el ángel que anuncia
la resurrección del Señor y su pronto reencuentro con los apóstoles en Galilea
(16,1-8). En su versión original, el evangelio concluye aquí. Los versículos
que siguen a continuación (16,9-20) no aparecen en ninguno de los manuscritos
importantes de los primeros siglos y su estilo del griego es muy diferente.
Estos versículos se presentan como un resumen de las apariciones del Jesús
resucitado y fueron añadidos bastante más tarde hacia el siglo II. La Iglesia
en todo caso los considera también inspirados.
Presentación
(1,1-13): Desde su comienzo, Marcos presenta a Jesús como el Mesías, el Hijo de
Dios. Y esto es una muy “buena noticia” para todos nosotros.
Parte 1º
(1,14-8,26): Después de la presentación, el autor nos muestra a un Jesús que
proclama la llegada del reino de Dios sobre todo con señales de autoridad y
dominio. ¿Será este Jesús el enviado de Dios que ha de salvar a Israel? Pero
Jesús no quiere decir quién es él, más aún prohíbe que se le proclame como
Mesías. Y les impone el “secreto mesiánico”. A lo largo de esta minuciosa
narración (1,14-8,26) aparecen tensiones e incomprensiones de parte de los
fariseos, de sus mismos parientes (3,7-6,6) e incluso de sus propios discípulos
(6,6-8,26). En esta primera parte, dicho lo anterior, Jesús se presenta como un
“hijo de hombre” (alusión a Dn 7,13) incomprendido, rodeado de tensiones y de
falta de fe en él. ¿Es Jesús el enviado?
Parte 2º
(8,27-10,52): Esta situación se clarifica en buena parte en los capítulos que
se inician con la declaración de Pedro: “¡Tú eres el Mesías!” Pero el problema
es que los discípulos no logran aún captar el que el Mesías esperado, el
liberador de Israel, tenga que ser un Mesías paciente y destinado a morir sin
haber conseguido el reinado de Dios en este mundo.
Parte 3º
(11,1-13,37): Finalmente, en la subida de Jesús hasta la ciudad de Jerusalén se
enfrenta allí con sus adversarios, con aquellos que le pueden condenar y matar,
los representantes legítimos del pueblo de Israel. Aparece entonces Jesús como
descendiente del rey David, lo que irrita todavía más a la intolerante posición
de los responsables religiosos judíos. Los apóstoles se sienten aturdidos y
confusos.
Parte 4º
(14,1-15,47): Este enfrentamiento acaba en la condenación y muerte de Jesús en
la cruz. En el juicio ante el sanedrín Jesús se declara manifiestamente el
Cristo, el ungido por Dios, el Mesías. Y así es sentenciado a muerte como
blasfemo. Jesús fue abandonado, se quedó solo. Pero al pie de la cruz, el
centurión que le había visto morir exclamó: “Verdaderamente este hombre era
Hijo de Dios” (15,39).
Epílogo
(16,1-8): Las mujeres van y encuentran la tumba vacía, pero ante su angustia y
temor un mensajero les anuncia que su Jesús ha resucitado y que volverá a
reunirse con sus discípulos en Galilea.
El Secreto Mesiánico
Conforme a
una tradición firme y segura, el evangelio de Marcos es como un reflejo de la
predicación del apóstol Pedro. Sorprende que en sus relatos de milagros,
expulsión de demonios, etc., Jesús exprese su deseo de que se guarde y no se
divulgue la noticia (Mc 5,43; 7,36; 8,26). Hecha la confesión de Pedro sobre la
identidad de Jesús, éste empieza a enseñarles que debía sufrir… etc.: “Se lo
decía con toda claridad. Pedro le tomó aparte y se puso a recriminarle. Pero
Jesús se volvió y, mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro diciéndole:
-¡Ponte detrás de mí, Satanás!, porque tus pensamientos no son los de Dios,
sino los de los hombres” (Mc 8,32-33). La realidad era que el Padre no iba a
impedir su pasión dolorosa y su muerte en cruz. El camino hacia la resurrección
se hacía a través de la incomprensión humana y el sufrimiento de un inocente.
La identidad de Jesús nos desborda. No pretende ni el éxito ni el poder humano.
Y acepta con ánimo y esperanza la cruz que le acompaña, como venida del Padre.
Y se lamenta del ello: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” (Mc
15,34). ¿Quién es este misterioso Jesús? Es una pregunta permanente que nos
desborda y sorprende.
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