lunes, 13 de mayo de 2013

Virgen de Fatima



 Aparición del 13 de mayo de 1917


Llevando a su rebaño fuera de Aljustrel en la mañana del 13 de mayo, la fiesta de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, los tres niños pasaron Fátima, donde se encontraban la parroquia y el cementerio, y procedieron más o menos un kilómetro hacia el norte a las pendientes de Cova. Aquí dejaron que sus ovejas pastorearan mientras ellos jugaban en la pradera que llevaba uno que otro árbol de roble. Después de haber tomado su almuerzo alrededor del mediodía decidieron rezar el rosario, aunque de una manera un poco truncada, diciendo sólo las primeras palabras de cada oración. Al instante, ellos fueron sobresaltados por lo que después describieron como un "rayo en medio de un cielo azul". Pensando que una tormenta se acercaba se debatían si debían tomar las ovejas e irse a casa. Preparándose para hacerlo fueron nuevamente sorprendidos por una luz extraña.

Comenzamos a ir cuesta abajo llevando a las ovejas hacia el camino. Cuando estabamos en la mitad de la cuesta, cerca de un árbol de roble (el gran árbol que hoy en día está rodeado de una reja de hierro), vimos otro rayo, y después de da unos cuantos pasos más vimos en un árbol de roble (uno más pequeño más abajo en la colina) a una señora vestida de blanco, que brillaba más fuerte que el sol, irradiando unos rallos de luz clara e intensa, como una copa de cristal llena de pura agua cuando el sol radiante pasa por ella. Nos detuvimos asombrados por la aparición. Estabamos tan cerca que quedamos en la luz que la rodeaba, o que ella irradiaba, casi a un metro y medio.
Por favor no teman, no les voy a hacer daño
Lucía respondió por parte de los tres, como lo hizo durante todas las apariciones
¿De dónde eres?

Yo vengo del cielo.
La Señora vestía con un manto puramente blanco, con un borde de oro que caía hasta sus pies. En sus manos llevaba las cuentas del rosario que parecían estrellas, con un crucifijo que era la gema más radiante de todas. Quieta, Lucía no tenía miedo. La presencia de la Señora le producía solo felicidad y un gozo confiado.
"¿Que quieres de mi?"

Quiero que regreses aquí los días trece de cada mes por los próximos seis meses a la misma hora. Lugo te diré quien soy, y qué es lo que más deseo. I volveré aquí una séptima vez.
" ¿Y yo iré al cielo?"

Sí, tu irás al cielo.
" ¿Y Jacinta?"

Ella también irá
"¿Y Francisco?"

El también, amor mío, pero primero debe decir muchos Rosarios
La Señora miró a Francisco con compasión por unos minutos, matizado con una pequeña tristeza. Lucía después se recordó de algunos amigos que habían fallecido.
"¿Y María Neves está en el cielo?

Si, ella esta en el cielo
"¿y Amelia?"

Ella está en el purgatorio.

Se ofrecerán a Dios y tomarán todos los sufrimientos que El les envíe?
¿En reparación por todos los pecados que Le ofenden y por la conversión de los pecadores?
"Oh Sí, lo haremos"
Tendrán que sufrir mucho, pero la gracia de Dios estará con ustedes y los fortalecerá.
Lucía relata que mientras la Señora pronunciaba estas palabras, abría sus manos, y
Fuimos bañados por una luz celestial que parecía venir directamente de sus manos. La realidad de esta luz penetró nuestros corazones y nuestras almas, y sabíamos que de alguna forma esta luz era Dios, y podíamos vernos abrazada por ella. Por un impulso interior de gracias caímos de rodillas, repitiendo en nuestros corazones: "Oh Santísima 

Trinidad, te adoramos. Mi Dios, mi Dios, te amo en el Santísimo Sacramento"
Los niños permanecían de rodillas en el torrente de esta luz maravillosa, hasta que la Señora habló de nuevo, mencionando la guerra en Europa, de la que tenían poca ninguna noción.

Digan el Rosario todos los días, para traer la paz al mundo y el final de la guerra.
Después de esto ella se comenzó a elevar lentamente hacia el este, hasta que desapareció en la inmensa distancia. La luz que la rodeaba parecía que se adentraba entre las estrellas, es por eso que a veces decíamos que vimos a los cielos abrirse.
Los días siguientes fueron llenos de entusiasmo, aunque ellos no pretendían que fueran así. Lucía había prevenido a los otros de mantener a su visita en secreto, sabiendo correctamente las dificultades que ellos experimentarían si los eventos se sabrían. Sin embargo la felicidad de Jacinta no pudo ser contenida, cuando prontamente se olvidó de su promesa y se lo reveló todo a su madre, quien la escuchó pacientemente pero le dio poca credibilidad a los hechos. Sus hermanos y hermanas se metían con sus preguntas y chistes. Entre los interrogadores solo su padre, "Ti" Marto estuvo inclinado a aceptar la historia como verdad. El creía en la honestidad de sus hijos, y tenía una simple apreciación de las obras de Dios, de manera que él se convirtió en el primer creyente de las apariciones de Fátima.
La madre de Lucía, por otro lado, cuando finalmente escuchó lo que había ocurrido, creyó que su propia hija era la instigadora de un fraude, si no una blasfemia. Lucía comprendió rápidamente lo que la Señora quería decir cuando dijo que ellos sufrirían mucho. María Rosa no pudo hacer que Lucía se retractara, aún bajo amenazas. Finalmente la llevó a la fuerza donde el párroco, el padre Ferreira, sin tener éxito. Por otro lado, el padre de Lucía, quien no era muy religioso, estaba prácticamente indiferente, atribuyendo todo a los caprichos de mujeres. Las próximas semanas, mientras los niños esperaban su próxima visita de la Señora en Junio, les revelaron que tenían pocos creyentes, y muchos en contra en Aljustrel y Fátima.

Fuente: www.ewtn.com

viernes, 10 de mayo de 2013

Sobre la doctrina católica del pecado original



Extracto del Manual de teología Dogmática de Ludwig Ott. pág. 180-191

El hombre y su caída

§ 20. EL PECADO PERSONAL DE NUESTROS PRIMEROS PADRES O PECADO ORIGINAL ORIGINANTE

El acto pecaminoso
Nuestros primeros padres pecaron gravemente en el Paraíso transgrediendo el precepto divino que Dios les había impuesto para probarles (de fe, por ser doctrina del magisterio ordinario y universal de la Iglesia).
El concilio de Trento enseña que Adán perdió la justicia y la santidad por transgredir el precepto divino; Dz 788. Como la magnitud del castigo toma como norma la magnitud de la culpa, por un castigo tan grave se ve que el pecado de Adán fue también grave o mortal.
La Sagrada Escritura refiere, en Gen 2, 17 y 3, 1 ss, el pecado de nuestros primeros padres. Como el pecado de Adán constituye la base de los dogmas del pecado original y de la redención del género humano, hay que admitir en sus puntos esenciales la historicidad del relato bíblico. Según respuesta de la Comisión Bíblica del año 1909, no es lícito poner en duda el sentido literal e histórico con respecto a los hechos que mencionamos a continuación:
a) que al primer hombre le fue impuesto un precepto por Dios a fin de probar su obediencia;
b) que transgredió este precepto divino por insinuación del diablo, presentado bajo la forma de una serpiente;
c) que nuestros primeros padres se vieron privados del estado primitivo de inocencia; Dz 2123.

Los libros más recientes de la Sagrada Escritura confirman este sentido literal e histórico; Eccli 25, 33: «Por la mujer tuvo principio el pecado y por ella morimos todos»; Sap 2, 24: «Por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo»; 2 Cor 2, 3: «Pero temo que, como la serpiente engañó a Eva con su astucia, también corrompa vuestros pensamientos apartándolos de la entrega sincera a Cristo»; cf. 1 Tim 2,14; Rom 5, 12 ss; Ioh 8, 44. Hay que desechar la interpretación mitológica y la puramente alegórica (de los alejandrinos).

El pecado de nuestros primeros padres fue en su índole moral un pecado de desobediencia; cf. Rom 5, 19: «Por la desobediencia de uno, muchos fueron hechos pecadores». La raíz de tal desobediencia fue la soberbia; Tob 4, 14: «Toda perdición tiene su principio en el orgullo»; Eccli 10, 15: «El principio de todo pecado es la soberbia». El contexto bíblico descarta la hipótesis de que el pecado fuera de índole sexual, como sostuvieron Clemente Alejandrino y San Ambrosio. La gravedad del pecado resulta del fin que perseguía el precepto divino y de las circunstancias que le rodearon. SAN AGUSTÍN considera el pecado de Adán como «inefablemente grande» («ineffabiliter grande peccatum»: Op. imperf. c. Jul. 1 105)

2. Las consecuencias del pecado
a) Los protoparentes perdieron por el pecado la gracia santificante y atrajeron sobre sí la cólera y el enojo de Dios (de fe; Dz 788).
En la Sagrada Escritura se nos indica la pérdida de la gracia santificante al referirse que nuestros primeros padres quedaron excluidos del trato familiar con Dios; Gen 3, 10 y 23. Dios se presenta como juez y lanza contra ellos el veredicto condenatorio; Gen 3, 16 ss.
El desagrado divino se traduce finalmente en la eterna reprobación. Taciano enseñó de hecho que Adán perdió la eterna salvación. SAN IRENEO (Adv. haer. m 23, 8), TERTULIANO (De poenit. 12) y SAN HIPÓLITO (Philos. 8, 16) salieron ya al paso de semejante teoría. Según afirman ellos, es doctrina universal de todos los padres, fundada en un pasaje del libro de la Sabiduría (10, 2:«ella [la Sabiduría] le salvó en su caída»), que nuestros primeros padres hicieron penitencia, y«por la sangre del Señor» se vieron salvados de la perdición eterna; cf. SAN AGUSTÍN, De peccat. mer. et rem II 34, 55.
b) Los protoparentes quedaron sujetos a la muerte y al señorío del diablo (de fe; Dz 788).

La muerte y todo el mal que dice relación con ella tienen su raíz en la pérdida de los dones de integridad. Según Gen 3, 16 ss, como castigo del pecado nos impuso Dios los sufrimientos y la muerte. El señorío del diablo queda indicado en Gen 3, 15, enseñándose expresamente en Ioh 12, 31; 14, 30; 2 Cor 4, 4; Hebr 2, 14; 2 Petr 2, 19.

§ 21. EXISTENCIA DEL PECADO ORIGINAL

I . Doctrinas heréticas opuestas
El pecado original fue negado indirectamente por los gnósticos y maniqueos, que atribuían la corrupción moral del hombre a un principio eterno del mal: la materia; también lo negaron indirectamente los origenistas y priscilianistas, los cuales explicaban la inclinación del hombre al mal por un pecado que el alma cometiera antes de su unión con el cuerpo.

Negaron directamente la doctrina del pecado original los pelagianos, los cuales enseñaban que:
a) El pecado de Adán no se transmitía por herencia a sus descendientes, sino porque éstos imitaban el mal ejemplo de aquél (imitatione, non propagatione).
b) La muerte, los padecimientos y la concupiscencia no son castigos por el pecado, sino efectos del estado de naturaleza pura.
c) El bautismo de los niños no se administra para remisión de los pecados, sino para que éstos sean recibidos en la comunidad de la Iglesia y alcancen el «reino de los cielos» (que es un grado de felicidad superior al de «la vida eterna»).
La herejía pelagiana fue combatida principalmente por SAN AGUSTÍN y condenada por el magisterio de la Iglesia en los sínodos de Mileve (416), Cartago (418), Orange (529) y, más recientemente, por el concilio de Trento (1546); Dz 102, 174 s, 787 ss.
El pelagianismo sobrevivió en el racionalismo desde la edad moderna hasta los tiempos actuales (socinianismo, racionalismo de la época de la «Ilustración», teología protestante liberal, incredulidad moderna).

En la edad media, un sínodo de Sens (1141) condenó la siguiente proposición de PEDRO ABELARDO: «Quod non contraximus culpam ex Adam, sed poenam tantum»; Dz 376.
Los reformadores, bayanistas y jansenistas conservaron la creencia en el pecado original, pero desfiguraron su esencia y sus efectos, haciéndole consistir en la concupiscencia y considerándole como una corrupción completa de la naturaleza humana; cf. Conf. Aug. , art. 2.

2. Doctrina de la Iglesia
El pecado de Adán se propaga a todos sus descendientes por generación,
no por imitación
 (de fe).
La doctrina de la Iglesia sobre el pecado original se halla contenida en el Decretum super peccato originali, del concilio de Trento (sess. v, 1546), que a veces sigue a la letra las definiciones de los sínodos de Cartago y de Orange. El tridentino condena la doctrina de que Adán perdió para sí solo, y no también para nosotros, la justicia y santidad que había recibido de Dios; y aquella otra de que Adán transmitió a sus descendientes únicamente la muerte y los sufrimientos corporales, pero no la culpa del pecado. Positivamente enseña que el pecado, que es muerte del alma, se propaga de Adán a todos sus descendientes por generación, no por imitación, y que es inherente a cada individuo. Tal pecado se borra por los méritos de la redención de Jesucristo, los cuales se aplican ordinariamente tanto a los adultos como a los niños por medio del sacramento del bautismo. Por eso, aun los niños recién nacidos reciben el bautismo para remisión de los pecados; Dz 789-791.

Fuente:http://www.apologeticacatolica.org